8 julio 2007, 14:01

Miles de niños y adolescentes son víctimas de prácticas atroces a diario 
domingo, 08 de julio de 2007, 13:43:22 | FPC. 

20.000 niños son sometidos en atroces torneos cada año y 6.000 adolescentes son víctimas a diario de prácticas ancestrales.

Autor : Gustavo Daniel Perednik. Licenciado en educación en Buenos Aires y Jerusalén (donde vive desde 1982), completó su doctorado en filosofía en Nueva York.

Fuente : Extraído de la sección "Voz judía" de la revista "Catoblepas", núm. 65, julio 2007, pág. 5.

Los niños sufren y mueren en la península arábiga después de haber sido secuestrados por traficantes de párvulos en sus aldeas en Pakistán o Bangladesh, para ser utilizados como jinetes de camellos en fastuosos torneos que tienen siglos de tradición.

Cuando muere, un niño camellero se reemplaza fácil y expeditamente. Decenas están esperando en sus jaulas, en las que se les da de comer una galleta diaria desde los cinco años de edad para que cuando lleguen a la pubertad no pesen más de cuarenta kilos, requisito para que el camello corra velozmente.

Las carreras más ostentosas se llevan a cabo en Dubai, uno de los países más ricos del mundo.

Emires y jeques hacen gala de cuidadísimos y alimentados camellos, sobre los que montan jinetes esclavizados desde que se les mintiera que sus padres los han vendido para que jamás intenten fugarse. En sus mazmorras se les colocan cascos bajo el sol abrasador del desierto porque el calor consigue que su nariz sangre, y este ingenioso método permite reducir aun más el peso, condición que dijimos es prioritaria en la escala de valores de los entrenadores y sus amos.

La mayoría de los mancebos terminan castrados durante el entrenamiento o la carrera debido a que las sacudidas de los camellos golpean sus genitales. Ello cuando no se caen para siempre y quedan enterrados sin tumbas en las exóticas dunas de la brutalidad.

Los transportan por miles de kilómetros por las antiguas rutas de esclavos, golpeados y hambrientos hasta Karachi, y de allí a su estigio destino. No tienen documentación ni estatus legal alguno. Son baratijas. Si rehúsan montar los persuaden las golpizas. No reciben educación alguna y terminan olvidando de qué país provienen. Son cuerpos para camellear. Si ganan una carrera, el sheik dueño del animal premia al entrenador y al camello. Al niño sólo golpes.

Las dinastías del mundo árabe petrolero sostienen esta práctica atroz, esas corruptelas.

Se sabe cuál será el final de los miles de hoy y de los miles que les sucederán para mantener viva la tradición de las carreras. Serán carroña en los arenales, o eventualmente explotados por los esclavistas para atender los establos, o se hundirán en las condiciones más atroces en prisiones árabes como castigo por ser inmigrantes ilegales.

Se sabe dónde están pero no se moverá un dedo para rescatarlos. Se les dejará morir en sus camellos para no herir las sensibilidades de los dueños del oro negro, los emires que se divierten con el fenómeno.

La continua explotación de jinetes de camellos se lleva a cabo sobre todo en los países islámicos, es parte de la aquiescencia general para con el mundo violento, fanático y terrorista de algunos regímenes que practican la decapitación, el apedreamiento y flagelación, la amputación, la violencia contra las esposas o el asesinato de sus hijas «por honor familiar».

Un mundo en el que se ejerce regularmente la clitoridectomía, la extirpación cruenta del clítoris, en la mayor parte de los casos sin anestesia, con ayuda de un cuchillo u hoja de afeitar, un casco roto de botella o el borde afilado de una lata. Seis mil adolescentes son sometidas diariamente a la práctica, una cada quince segundos. No se requiere de su consentimiento y a las desgraciadas se les prohíbe llorar o gritar durante la operación para «no avergonzar a su familia».

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