11 octubre 2012, 0:55

El Sinodo de Obispos, el Año de la Fe y el Concilio Vaticano II.

El Sínodo de obispos que se está celebrando estos días en el Vaticano como preludio del año de la fe que ha convocado Benedicto XVI con pleno significado a medio siglo del Concilio Vaticano II, ha congregado a delegaciones escogidas de las distintas regiones del mundo, que se reúnen para fomentar la unión estrecha con el Romano Pontífice (Canon, 342), del griego “syn” (juntos) y “hodos” (camino), para que intercambien y expresen sus puntos de vista. De carácter consultivo, lo instauró Pablo VI en 1965, con el objetivo de dar continuidad a las proposiciones conciliares.

Corbin, F., Millet, J.L. y Comes, M. en “El Cristianismo en el mundo de hoy”, de López Mezquida Editor – ECIR, Valencia (1977) describe a la Iglesia emanada del Concilio Vaticano II, a partir de las Constituciones dogmáticas ¨Lumen Gentium¨ y ¨Dei Verbum¨ de dimensión bíblica, como un sacramento de ¨comunión¨ entre Dios y el hombre, que se apoya en el carisma o vocación de sus miembros, y los responsabiliza a todos de su misión evangelizadora. De este modo, junto al primado del Papa, la colegialidad episcopal, los obispos y los sacerdotes, los laicos o seglares aparecen como un elemento más perteneciente a su estructura jerárquica, y se reconoce con una nueva fuerza la dimensión carismática como elemento integrante de la Iglesia.

Así se complementan y equilibran las proposiciones del inacabado Concilio Vaticano I, y es aquí donde la concepción del pueblo de Dios adquiere su verdadera dimensión que en disposición de servicio tiene la misión de hacer presente de modo específico al mismo Cristo, Cabeza de su Iglesia.

En la Constitución pastoral ¨Gaudium et Spes¨ de dimensión ecuménica, se determina la actitud de la Iglesia Católica, y este documento emanado de todo el proceso conciliar, es el que hace más patente las tomas de posición con respecto al Vaticano I, adquiriendo pleno sentido el ¨aggiornamento¨ o retorno hacia el mundo, una permanente exigencia y expresa voluntad de renovación, que reconoce la vocación de los laicos y seglares en su dimensión pastoral abierta al hombre de hoy.

La nueva figura que se deriva del Concilio Vaticano II ha convertido la época en que vivimos en un periodo nuevo de desarrollo de la Iglesia Católica.

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