(RV).- Tras saludar y bendecir a su paso por los sectores del recinto en el jeep blanco, Francisco ha proseguido sus catequesis dedicadas al Credo, en el Año de la Fe, el Santo Padre ha dado comienzo a su Audiencia General en la Plaza de San Pedro, con la participación de miles de fieles de todas las partes del mundo.
Traducción del texto completo de la catequesis.
Queridos hermanos y hermanas : ¡Buenos días!
En el Credo, encontramos la afirmación de que Jesús “subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre”. La vida terrenal de Jesús culmina en el evento de la Ascensión, que es cuando Él pasa de este mundo al Padre, y se levanta a su derecha. ¿Cuál es el significado de este evento? ¿Cuáles son las consecuencias para nuestra vida? ¿Qué significa contemplar a Jesús sentado a la diestra del Padre? Sobre esto, dejémonos guiar por el evangelista Lucas.
Partimos en el momento en que Jesús decide emprender su última peregrinación a Jerusalén. San Lucas anota: “Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén” (Lc 9,51). Mientras “asciende” a la Ciudad santa, donde se llevará a cabo su “éxodo” de esta vida, Jesús ve ya la meta, el Cielo, pero sabe que el camino que lo lleva de nuevo a la gloria del Padre pasa a través de la Cruz, de la obediencia al designio divino de amor por la humanidad. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que “la elevación en la Cruz significa y anuncia la ascensión al cielo” (n. 661). También nosotros tenemos que tener claro en nuestra vida cristiana, que entrar en la gloria de Dios exige la fidelidad cotidiana a su voluntad, incluso cuando requiere sacrificio, a veces cambiar nuestros planes. La Ascensión de Jesús ocurre concretamente en el Monte de los Olivos, cerca del lugar donde se había retirado en oración antes de su pasión para permanecer en profunda unión con el Padre: una vez más, vemos que la oración nos da la gracia de vivir fieles al proyecto Dios.
Al final de su Evangelio, San Lucas narra el acontecimiento de la Ascensión de una manera muy sintética. Jesús llevó a los discípulos “hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios ” (24,50-53). Me gustaría destacar dos elementos de la narración. En primer lugar, durante la Ascensión Jesús cumple el gesto sacerdotal de la bendición y los discípulos seguramente expresan su fe con la postración, se arrodillan inclinando la cabeza. Este es un primer punto importante: Jesús es el único y eterno Sacerdote, que con su pasión atravesó la muerte y el sepulcro, resucitó y ascendió a los cielos; está con Dios Padre, donde intercede por siempre en nuestro favor (Cf. Heb 9:24). Como afirma San Juan en su primera epístola Él es nuestro abogado.
Cuando uno ha sido convocado por el juez o tiene un juicio, lo primero que hace es buscar a un abogado para que lo defienda. Nosotros tenemos uno que nos defiende siempre, de las insidias del diablo, nosotros mismos y nuestros pecados, no tengamos miedo de acudir a él para pedir perdón, la bendición, y misericordia. Él nos perdona siempre, es nuestro abogado (cf. 2:1-2). La Ascensión de Jesús al Cielo nos da a conocer esta realidad tan reconfortante para nuestro camino: en Cristo, verdadero Dios y hombre, nuestra humanidad ha sido llevada al Padre; Él nos ha abierto el paso; es como un guía en la escalada a una montaña, que llegado a la cima, tira de nosotros y nos lleva a Dios. Si confiamos a Él nuestra vida, si nos dejamos guiar estamos seguros de estar en manos de nuestro Salvador.
Un segundo elemento: San Lucas menciona que los Apóstoles, después de ver a Jesús ascender al cielo, regresaron a Jerusalén “con gran alegría”. Normalmente cuando nos separamos de nuestros familiares, amigos, de una manera definitiva, principalmente debido a la muerte, hay en nosotros una tristeza natural, porque no vamos a ver nunca más su rostro, escuchar su voz, no podremos disfrutar más de su afecto, o su presencia. En cambio, el evangelista pone de relieve la profunda alegría de los Apóstoles. Porque, con la mirada de la fe, entienden que, aunque no está ante sus ojos, Jesús permanece con ellos para siempre, no los abandona y, en la gloria del Padre, los soporta, guía e intercede por ellos.
San Lucas narra el hecho de la Ascensión también al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, para enfatizar que este evento es como el anillo que engancha y conecta la vida terrenal de Jesús con la Iglesia. Aquí, también menciona la nube que saca a Jesús de la vista de los discípulos, los cuales permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras subía hacia Dios (cf. Hch 1,9-10). Entonces aparecieron dos hombres vestidos de blanco, instándoles a no quedarse inmóviles. “Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir” (Cf. Hch 1:10-11). Es precisamente la invitación a la contemplación de Jesús, para recibir de Él la fuerza de seguir y dar testimonio del Evangelio en la vida cotidiana: contemplar y actuar, “ora et labora”, nos enseña San Benito, ambas son necesarias en nuestra vida de cristianos.
Queridos hermanos y hermanas, la Ascensión no indica la ausencia de Jesús, sino que nos dice que Él está vivo entre nosotros de una manera nueva; ya no está en un preciso lugar del mundo tal como era antes de la Ascensión; ahora está en Dios, presente en todo espacio y tiempo, junto a cada uno de nosotros. En nuestra vida nunca estamos solos: tenemos este abogado que nos espera y defiende. El Señor crucificado y resucitado nos guía; con nosotros hay muchos hermano/as que en el silencio y la oscuridad, la vida familiar y laboral, sus problemas y dificultades, alegrías y esperanzas, viven cotidianamente la fe y llevan al mundo, junto con nosotros, el amor de Dios, en Cristo Jesús resucitado, ascendido al Cielo. Gracias.
(Traducción de Cecilia de Malak y Eduardo Rubió)
Saludos del Papa en español.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo de la Arquidiócesis de Mérida, con su Pastor, Mons. Baltasar Enrique Porras Cardozo, así como a los venidos de España, Argentina, Panamá, Venezuela, México y otros países latinoamericanos. Contemplemos a Cristo, sentado a la derecha de Dios Padre, para que nuestra fe se fortalezca y recorramos alegres y confiados los caminos de la santidad. Muchas gracias.
(CdM – RV)
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