Fiesta de la santidad, primeras canonizaciones del Papa

(RV).- Con el canto de las Letanías de los Santos inició la Santa Misa presidida por el Papa Francisco en la Plaza de San Pedro para la canonización de los beatos Antonio Primaldo y sus compañeros (813 mártires de Otranto fallecidos en 1480), de Laura de Santa Catalina de Siena Montoya y Upegui, colombiana, (fallecida en 1949), virgen, fundadora de la Congregación de las religiosas misioneras de la Bienaventurada Virgen María Inmaculada y de Santa Catalina de Siena, y de María Guadalupe García Zavala, mexicana (fallecida en 1963) cofundadora de la Congregación de las Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres.

Si bien se trata de la primera canonización del Papa Francisco, cabe recordar que a todos ellos Benedicto XVI los inscribió en el libro de los santos durante el último Consistorio público del pasado 11 de febrero, en el que también manifestó su decisión de renunciar al ministerio petrino.

El Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, acompañado por los postuladores, dirigió al Santo Padre las tres “petitio” para pedir la canonización de todos estos beatos. Y el Papa Francisco, con la fórmula de Canonización, pronunciada en latín, los proclamó Santos.

(María Fernanda Bernasconi – RV)

Texto completo de la homilía del Santo Padre.

Queridos hermanos y hermanas :

En este séptimo domingo del Tiempo Pascual, nos reunimos con alegría para celebrar una fiesta de la santidad. Damos gracias a Dios que ha hecho resplandecer su gloria del Amor, en los Mártires de Otranto, la Madre Laura Montoya y la Madre María Guadalupe García Zavala.

Saludo a todos los que han venido a esta fiesta – de Italia, Colombia, México y otros países – y les doy las gracias. Miremos a los nuevos santos a la luz de la palabra de Dios que hemos proclamado. Una palabra que nos invita a la fidelidad a Cristo, incluso hasta el martirio; nos ha llamado a la urgencia y hermosura de llevar a Cristo y su Evangelio a todos; y nos ha hablado del testimonio de la caridad, sin el cual, incluso el martirio y misión, pierden su sabor cristiano.

1. Los Hechos de los Apóstoles, cuando hablan del diácono Esteban, el protomártir, insisten en decir que él era un hombre “lleno del Espíritu Santo” (6,5; 7,55). ¿Qué significa esto? que estaba lleno del Amor de Dios, que toda su persona, vida, estaba animada por el Espíritu de Cristo resucitado, lo que lo impulsaba a seguir a Jesús con fidelidad total, hasta entregarse a sí mismo.

Hoy la Iglesia propone a nuestra veneración una multitud de mártires, que juntos fueron llamados al supremo testimonio del Evangelio, en 1480. Casi 800 personas, supervivientes del asedio y la invasión de Otranto, fueron decapitadas en las afueras de la ciudad. No quisieron renegar de la propia fe y murieron confesando a Cristo resucitado. ¿Dónde encontraron la fuerza para permanecer fieles? Precisamente en la fe, que nos hace ver más allá de los límites de nuestra mirada humana, más allá de la vida terrena, hace que contemplemos “los cielos abiertos” – como dice san Esteban – y a Cristo vivo a la derecha del Padre.

Queridos amigos, conservemos la fe que hemos recibido y es nuestro verdadero tesoro, renovemos nuestra fidelidad al Señor, incluso en medio de los obstáculos y las incomprensiones. Dios no dejará que nos falten las fuerzas ni la serenidad. Mientras veneramos a los Mártires de Otranto, pidamos a Dios que sostenga a tantos cristianos que, precisamente en estos tiempos y tantas partes del mundo, ahora, todavía sufren violencia, y les dé el valor para ser fieles y responder al mal con el bien.

2. La segunda idea la podemos extraer de las palabras de Jesús que hemos escuchado en el Evangelio: “Ruego por los que creerán en mí por la palabra de ellos, para que sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros” (Jn 17,20). Santa Laura Montoya fue instrumento de evangelización primero como maestra y después como madre espiritual de los indígenas, a los que infundió esperanza, acogiéndolos con ese amor aprendido de Dios, y llevándolos a Él con una eficaz pedagogía que respetaba su cultura y no se contraponía a ella. En su obra de evangelización Madre Laura se hizo verdaderamente toda a todos, según la expresión de San Pablo (Cfr. 1 Co 9,22). También hoy sus hijas espirituales viven y llevan el Evangelio a los lugares más recónditos y necesitados, como una especie de vanguardia de la Iglesia.

Esta primera santa nacida en la hermosa tierra colombiana nos enseña a ser generosos con Dios, a no vivir la fe solitariamente – como si fuera posible vivir la fe aisladamente -, sino a comunicarla, a irradiar la alegría del Evangelio con la palabra y el testimonio de vida allá donde nos encontremos. En cualquier lugar donde estemos, irradiar esa vida del Evangelio. Nos enseña a ver el rostro de Jesús reflejado en el otro, a vencer la indiferencia y el individualismo, que corroe las comunidades cristianas y nuestro propio corazón, nos enseña a acoger a todos sin prejuicios, ni discriminación o reticencias, con auténtico amor, dándoles lo mejor de nosotros mismos y, sobre todo, compartiendo con ellos lo más valioso que tenemos, que no son nuestras obras u organizaciones; lo más valioso que tenemos es Cristo y su Evangelio.

3. Por último, una tercera idea. En el Evangelio de hoy, Jesús reza al Padre con estas palabras: “Les he dado a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos” (Jn 17,26). La fidelidad hasta la muerte de los mártires, la proclamación del Evangelio a todos se enraiza, tiene su raíz, en el amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Cfr. Rm 5,5), y en el testimonio que hemos de dar de este amor en nuestra vida. Santa Guadalupe García Zavala lo sabía bien. Renunciando a una vida cómoda – cuánto daño hace el aburguesamiento del corazón, nos paraliza – ella para seguir la llamada de Jesús, enseñaba a amar a los pobres y enfermos. Madre Lupita se arrodillaba en el suelo del hospital ante los abandonados para servirles con ternura y compasión. Y esto se llama tocar la carne de Cristo en los marginados, había entendido y nos enseñaba esta conducta de no avergonzarnos, ni tener miedo …

También hoy sus hijas espirituales buscan reflejar el amor de Dios en las obras de caridad, sin ahorrar sacrificios y afrontando con mansedumbre, constancia apostólica (hypomonē), soportando con valentía cualquier obstáculo.

Esta nueva santa mexicana nos invita a amar como Jesús nos ha amado, y esto conlleva no encerrarse en uno mismo, en los propios problemas, ideas, o intereses, en ese pequeño mundo que nos hace tanto daño, sino salir e ir al encuentro de quien tiene necesidad de atención, compresión y ayuda, para llevarle la cálida cercanía del amor de Dios, a través de gestos concretos de delicadeza, afecto sincero y amor.

La fidelidad a Jesucristo y su Evangelio, para anunciarlo con la palabra y la propia vida, dando testimonio del amor de Dios, con nuestra caridad hacia todos : son ejemplos luminosos de enseñanzas que nos ofrecen los santos que hemos proclamado hoy, pero que también cuestionan nuestra vida de cristianos : ¿Cómo es mi fidelidad al Señor? Llevemos con nosotros esta pregunta, para pensarla durante la jornada : ¿Cómo soy fiel a Cristo? ¿Soy capaz de “hacer ver” mi fe con respeto, pero también con valentía? ¿Estoy atento a los otros? ¿Percibo quién padece necesidad? ¿Veo a los demás como hermanos y hermanas que debo amar?

Pidamos, por intercesión de la Bienaventurada Virgen María y de los nuevos santos, que el Señor colme nuestra vida con la alegría de su amor. Así sea.

 

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