Misa de Solemnidad del Santo Cuerpo y Sangre de Cristo

(RV).- En la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, el Santo Padre Francisco celebró la Santa Misa en el atrio de la Basílica de San Juan de Letrán y presidió la procesión Eucarística que culminó en la Basílica de Santa María la Mayor.

En su homilía, el Obispo de Roma, dirigiéndose a los numerosos fieles presentes comenzó destacando que en el Evangelio según San Lucas, hay una expresión de Jesús que siempre llama la atención : “Denles ustedes de comer”. (Lc 9, 13). El Papa invitó a preguntarnos adorando a Cristo presente realmente en la Eucaristía si ¿me dejo transformar por Él? 

(MFB – RV)

Texto completo de la homilía del Santo Padre.

Queridos hermanos y hermanas :

En el Evangelio que hemos escuchado hay una expresión de Jesús que me sorprende siempre: “Denles ustedes de comer” (Lc 9,13). Partiendo de esta frase, me dejo guiar por tres palabras: seguimiento, comunión, compartir.

1.- Ante todo: ¿quiénes son aquellos a los que dar de comer? La respuesta la encontramos al inicio del pasaje evangélico: es la muchedumbre, la multitud. Jesús está en medio a la gente, la recibe, le habla, la sana, le muestra la misericordia de Dios; en medio de ella elige a los Doce Apóstoles para permanecer con Él y sumergirse en las situaciones concretas del mundo. Y la gente lo sigue, lo escucha, porque Jesús habla y actúa de una manera nueva, con la autoridad de quien es auténtico y coherente, con verdad, de quien dona la esperanza que viene de Dios. Y la gente, con gozo, bendice al Señor.

Esta tarde nosotros somos la multitud del Evangelio, también intentamos seguir a Jesús para escucharlo, para entrar en comunión con Él, para acompañarlo y nos acompañe. Preguntémonos: ¿cómo sigo a Cristo? El Señor habla en silencio en el Misterio de la Eucaristía y cada vez nos recuerda que seguirlo quiere decir salir de nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una posesión nuestra, sino un don a Él y los demás.

2.- Demos un paso adelante: ¿de dónde nace la invitación que Jesús hace a los discípulos de saciar ellos mismos el hambre de la multitud? Nace de dos elementos: sobre todo de la multitud que, siguiendo a Jesús, se encuentra en un lugar solitario, lejos de los lugares habitados, mientras cae la tarde, y luego por la preocupación de los discípulos que piden a Jesús despedir a la gente para que vaya a los pueblos y caseríos a buscar alojamiento y comida (cfr. Lc 9, 12). Frente a la necesidad de la multitud, ésta es la solución de los apóstoles: que cada uno piense en sí mismo: ¡despedir a la gente! ¡Cuántas veces nosotros cristianos tenemos esta tentación! No nos hacemos cargo de la necesidad de los otros, despidiéndolos con un piadoso: “¡Que Dios te ayude!”. Pero la solución de Jesús va hacia otra dirección, que sorprende a los discípulos: “denles ustedes de comer”. Pero ¿cómo es posible que seamos nosotros los que demos de comer a una multitud? “No tenemos más que cinco panes y dos pescados; a no ser que vayamos nosotros mismos a comprar víveres para toda esta gente”. Pero Jesús no se desanima: pide a los discípulos hacer sentar a la gente en comunidades de cincuenta personas, eleva su mirada hacia el cielo, pronuncia la bendición, parte los panes y los da a los discípulos para que los distribuyan. Es un momento de profunda comunión: la multitud alimentada con la palabra del Señor, es ahora nutrida con su pan de vida. Y todos se saciaron, escribe el Evangelista.

Esta tarde también nosotros estamos en torno a la mesa del Señor, del Sacrificio eucarístico, en el que Él nos dona su cuerpo una vez más, hace presente el único sacrificio de la Cruz. Es en la escucha de su Palabra, en el nutrirse de su Cuerpo y Sangre, que nos hace pasar del ser multitud a ser comunidad, del anonimato a la comunión. La Eucaristía es el Sacramento de la comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe. Entonces tendremos todos que preguntarnos ante el Señor: ¿cómo vivo la Eucaristía? ¿en forma anónima o como momento de verdadera comunión con el Señor, pero también con tantos hermano/as que comparten esta misma mesa? ¿Cómo son nuestras celebraciones eucarísticas?

3.- Un último elemento: ¿de dónde nace la multiplicación de los panes? La respuesta se encuentra en la invitación de Jesús a los discípulos “Denles ustedes”, “dar”, compartir. ¿Qué cosa comparten los discípulos? Lo poco que tienen: cinco panes y dos peces. Pero son justamente que en las manos del Señor sacian el hambre de toda la gente. Y son los discípulos desorientados ante la incapacidad de sus posibilidades, ante la pobreza de lo que pueden ofrecer, los que hacen sentar a la muchedumbre y distribuyen – confiándose en la palabra de Jesús – los panes y peces que sacian el hambre de la multitud. Y esto nos indica que en la Iglesia pero también en la sociedad existe una palabra clave mal vista por el espíritu mundano a la que no tenemos que tener miedo: “solidaridad”, o sea saber poner a disposición de Dios aquello que tenemos, nuestras humildes capacidades, porque solo en el compartir, en el donarse, nuestra vida será fecunda, dará frutos.

Esta tarde, una vez más, el Señor distribuye para nosotros el pan que es su cuerpo. Y también nosotros experimentamos la “solidaridad de Dios” con el hombre, que no se acaba jamás y nunca termina de sorprendernos: Cristo se hace cercano a nosotros, en el sacrificio de la Cruz entra en la oscuridad de la muerte para darnos su vida, que vence el mal, el egoísmo y la muerte. Jesús se dona a nosotros, comparte nuestro mismo camino, es más se hace el verdadero alimento que sostiene nuestra vida en los momentos en los que los obstáculos frenan nuestros pasos. Y en la Eucaristía el Señor nos hace recorrer su camino, aquel del servicio, compartir y donarse. Lo poco que tenemos, somos, si es compartido, se convierte en riqueza, porque es la potencia del amor de Dios que desciende sobre nuestra pobreza para transformarla.

Preguntémonos, adorando a Cristo presente realmente en la Eucaristía : ¿me dejo transformar por Él? Oremos para que la Eucaristía nos provoque siempre a seguir al Señor cada día, a ser instrumentos de comunión, y compartir con Él y nuestro prójimo, nuestra existencia. Amén.

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