La Iglesia, Pueblo de Dios

Ciudad del Vaticano, 12 junio 2013 (VIS).- La Iglesia, Pueblo de Dios, según la definición del Concilio Vaticano II, ha sido el argumento de la catequesis del Papa Francisco en la audiencia general de los miércoles. El Santo Padre ha explicado el concepto, a través de una serie de preguntas: ¿Que quiere decir?, ¿Cómo se forma parte de él? ¿Cual es su ley, misión y fin?

Ser Pueblo de Dios, ha dicho el Obispo de Roma significa en primer lugar que Dios no es propiedad de ningún pueblo porque es Él quien nos llama y esta invitación está abierta a todos, sin distinción, porque la misericordia del Señor quiere la salvación de todos. Jesús no dice ni a los Apóstoles ni a nosotros que formemos un grupo exclusivo, una élite. Cristo dice : Id y haced discípulos de todas las naciones. Me gustaría decir a aquellos que se sienten lejos de la Iglesia, a los que tienen miedo o son indiferentes, y piensan que ya no pueden cambiar, que Dios te llama también a tí a ser parte de su pueblo y lo hace con gran respeto. Se entra a formar parte de la Iglesia no a través del nacimiento físico, sino del bautismo o a través de la fe en Cristo, don que hay que cuidar y cultivar en toda nuestra vida.

¿Cuál es la ley del pueblo de Dios? Es la del amor, que no es un sentimentalismo estéril o algo vago, sino el reconocer al único Señor de la vida y, al mismo tiempo, al prójimo como un verdadero hermano, las dos cosas van de la mano ¡Cuanto camino nos queda por recorrer para vivir en concreto esta nueva ley!

¿Cómo puede haber tantas guerras entre los cristianos, como vemos en los periódicos o en la televisión?, se ha preguntado el Santo Padre. Todos tenemos simpatías y antipatías; quizás muchos están enfadados con algún otro – ha observado -. Pero, tenemos que pedir al Señor que nos haga entender.

La misión – ha proseguido el Papa – es llevar al mundo la esperanza y salvación : la de ser signo del amor de Dios. Basta abrir un periódico para ver que en nuestro alrededor existe la presencia del mal, que el Diablo actúa, aunque la realidad más oscura, marcada por el mal, puede cambiar, si nosotros en primer lugar encendemos la luz del Evangelio. Hagamos que nuestra vida sea de Cristo, y juntos iluminemos toda la realidad.

El fin es el Reino de Dios que ya ha comenzado en la tierra, pero que debe dilatarse hasta su consumación, cuando se manifieste Cristo en su plenitud. El objetivo es, pues, la plena comunión con el Señor, la familiaridad con Él, participar de su misma vida divina.

Ser Iglesia – ha concluido Francisco I – significa ser fermento de la fe en nuestra humanidad, proclamar y llevar la salvación a este mundo nuestro, que a menudo se siente desorientado y necesitado de respuestas de aliento para proseguir con vigor su camino.

Que la Iglesia sea lugar de misericordia y esperanza, donde todo el mundo pueda vivir según el Evangelio. Y tener las puertas abiertas para que todos puedan entrar.

El Santo Padre en los saludos finales ha dedicado unas palabras al Comité Internacional de la Sociedad de San Vicente de Paúl, presente en la Plaza, que celebra el segundo centenario del nacimiento de su fundador, el Beato Federico Ozanam.

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