El afán de riquezas nubla el juicio y perturba el espíritu

(RV).- Pedir a Dios la gracia de un corazón que no nos deje desviarnos en busca de tesoros inútiles. Es la síntesis de la homilía del Papa Francisco este viernes en la Casa de Santa Marta, durante la Misa concelebrada con el cardenal Francesco Coccopalmerio, el obispo Juan Ignacio Arrieta y el auxiliar José Aparecido Gonzalves de Almeida, respectivamente presidente, secretario y subsecretario del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, acompañados por algunos colaboradores del dicasterio. También estuvo presente un grupo del personal de la Basílica S. Juan de Letrán, guiado por mons. Giacomo Ceretto, así como varios empleados de la “Domus Sanctae Marthae”.

La caza del único tesoro que se puede llevar consigo después de la vida es la razón de ser de un cristiano. Es lo que Jesús explica a los discípulos, en el pasaje del Evangelio de hoy, tomado de Mateo: “donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón”. El problema, explicó el Santo Padre, se encuentra en no confundir las riquezas. Hay “tesoros peligrosos” que seducen “pero que debemos dejar”, aquellos acumulados y que la muerte hace inútiles.

El Pontífice constató con leve ironía: “jamás vi un camión de mudanzas detrás de un cortejo fúnebre”. Pero también existe un tesoro que “podemos llevar con nosotros”, que nadie puede robar, que no es – afirmó – aquello que has acumulado para ti, sino “que has dado a los demás” y el Señor nos deja portar. La caridad, el servicio, paciencia, bondad.

Por lo tanto, como dice el Evangelio, el tesoro que vale a los ojos de Dios es aquel que ya desde la tierra se ha acumulado en el cielo. Pero Jesús, precisó el Santo Padre, da un paso más: El Señor nos ha hecho inquietos para buscarlo y encontrarlo. Pero por tener esto y lo otro, al final nuestro corazón se cansa, sólo quiere acomodarse, con una abundante cuenta bancaria, y cada vez más busca las cosas que no puede tener.

A este punto, continuó el Obispo de Roma, Cristo llama a la intención del corazón, uno bueno, se convierte en luminoso, y el malo, lo hace oscuro. Del contraste entre la luz y tiniebla, notó el Papa, depende “nuestro juicio sobre las cosas”, como por lo demás demuestra el hecho que de un “corazón de piedra”, apegado a un tesoro de la tierra y egoísta, puede también convertirse en odio, y así se originan las guerras.

La oración final de Francisco fue para pedir la intercesión de San Luis Gonzaga, que la Iglesia recuerda hoy, para que el Señor vuelva humanos todos estos pedazos de corazón que son de piedra, con aquella inquietud, y ansia buena de ir adelante. Así nos salvará de los tesoros que no pueden ayudarnos a lograr el encuentro con Dios. Que el Señor nos cambie los corazones para buscar el verdadero tesoro y así convertirnos en personas luminosas y no sumidas en las tinieblas.

(RC – RV)

 

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