Triduo Pascual y vida cristiana

Ciudad del Vaticano, 1 de abril 2015 (VIS).- Francisco I dedicó la catequesis de la audiencia general de los miércoles al Triduo Pascual, culmen de todo el año litúrgico, y de nuestra vida de cristianos que se abre mañana, Jueves Santo, con la celebración de la Última Cena, en la que Jesús ofreció con el Pan y el Vino, su Cuerpo y Sangre al Padre, mandándonos perpetuar esta ofrenda en conmemoración suya.

El Evangelio de esta ceremonia, con gesto profético expresa el sentido de la vida, como servicio a Dios y los demás. Lo mismo sucede en nuestro bautismo, cuando la gracia del Señor nos reviste. Y ocurre también cada vez que repetimos la comunión en misa obedeciendo a su mandamiento.

En la liturgia del Viernes Santo meditamos el misterio de la muerte de Cristo y recordamos sus palabras en la Cruz: “Todo está cumplido”; lo que significa que la obra de salvación y las sagradas escrituras han encontrado su culminación, porque Él con su sacrificio e inmolación al tercer día transformará la iniquidad y el pecado en vida o resurrección.

El sumo pontífice recordó en este contexto a las personas que a lo largo de los siglos han dado testimonio con su existencia citando a un testigo heroico de nuestra época, el sacerdote italiano Andrea Santoro, misionero en Turquía, asesinado en la Iglesia de Trebisonda, el 5 de febrero de 2006.

El Sábado Santo, la Iglesia contempla al hijo de Dios en la tumba después de la crucifixión y una vez más la Virgen María se queda junto a Él para mantener la llama de la fe y la esperanza de la humanidad. En la vigilia de Pascua, esperamos su regreso, a pesar de la oscuridad de la noche que penetra el alma, y el corazón no encuentra su fuerza.

Y llegado el Domingo de Pascua el resplandor rompe las tinieblas y anuncia un nuevo comienzo. La piedra del dolor se remueve y Cristo vence a la muerte, poniendo fin al pecado y haciendo nuevas todas las cosas, porque en estos días del Triduo Sacro entramos en el misterio, con todos nuestros sentimientos y pensamientos.

En sus saludos, al final de la catequesis, el Santo Padre recordó que mañana es el décimo aniversario de la muerte de Juan Pablo II, pidiendo recordarle como testigo del Señor, que intercede por nosotros, por la familia y la Iglesia, de modo que la luz de la resurrección alumbre todas las sombras de nuestra vida o nos llene de alegría y paz.

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