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Discurso de Juan Pablo II contra la discriminación racial
Fuente : Revista Marana-Thá : Año III, núm. 191 – 24 agosto 2007.
El 7 de julio de 1984, S.S. el Papa Juan Pablo II recibió en audiencia general a los representantes del Programa contra el apartheid de las Naciones Unidas : J.N. Garba, Presidente del Comité Especial, y a E.S. Reddy, delegado del Centro contra el Apartheid.
Sr. Presidente,
Estimados amigos,
1. He aceptado de buen grado vuestra solicitud de recibiros en audiencia porque lo he considerado una muestra de aprecio por lo que está haciendo la Iglesia Católica para defender la dignidad de la persona humana y, en particular, para luchar contra todas las formas de discriminación racial.
Vuestro Comité no es ajeno a este lugar y está familiarizado con las enseñanzas de la Iglesia, a menudo reafirmadas, y con la posición de la Santa Sede en materia de discriminación racial y apartheid.
Hace 10 años, el 22 de mayo de 1974, mi predecesor, Pablo VI, recibió al Comité e indicó las bases del compromiso cristiano para con la causa de la promoción de la dignidad humana. La reunión de hoy me da la oportunidad de subrayar una vez más los principios que rigen ese compromiso. La creación del hombre por Dios “a su imagen” (Gén. 1,27) confiere a toda persona humana una dignidad eminente; también postula la igualdad fundamental de todos los seres humanos. Para la Iglesia, esta igualdad, arraigada en el ser humano, adquiere la dimensión de una fraternidad especial a través de la encarnación del Hijo de Dios, cuyo sacrificio redimió a todos los pueblos. En la Redención realizada por Jesucristo la Iglesia ve otra base de los derechos y deberes de la persona humana. Por consiguiente, toda forma de discriminación basada en la raza, ya sea que se practique en forma ocasional o sistemática, y que esté encaminada a los individuos o a todo un grupo racial, es totalmente inaceptable. El Apóstol San Pablo dice muy claramente : “Donde no hay griego ni judío, circuncisión o incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre; más Cristo es el todo y en todos” (Col. 3,11).
2. Lamentablemente, como tuve que observar en ocasión de la celebración del Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial; “… el flagelo de la discriminación racial, en todas sus formas, sigue desfigurando nuestra era. Niega la igualdad fundamental de todos los hombres y mujeres, proclamada por las diferentes declaraciones de las Naciones Unidas, pero, sobre todo, procedente de Dios” (21 marzo 1984).
También quisiera evocar el hecho de que Pablo VI, en su última declaración formulada al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, se refirió al conflicto racial en Africa y mencionó “el intento de crear estructuras jurídicas y políticas en violación de los principios del sufragio universal y de la libre determinación de los pueblos” (14 enero 1978).
La Santa Sede está siguiendo de cerca la evolución de la situación en Africa Meridional y ha demostrado repetidas veces su preocupación por que se respeten los derechos de los individuos y de los pueblos que allí viven.
3. En este contexto, quisiera recordar dos aspectos particulares del problema que existe en esa parte del mundo. Se trata de dos aspectos que plantean cuestiones complejas, graves y difíciles, pero que son fundamentales para el futuro de la región y para el bienestar de sus pueblos. Me refiero al problema de la independencia de Namibia, el cual cité en mi alocución al Cuerpo Diplomático el 14 de enero pasado, y al problema del desplazamiento de gran número de personas en Sudáfrica.
La razón que me mueve a mencionar esas dos cuestiones no es que la Santa Sede desee formular propuestas de carácter político. La Santa Sede no ignora las numerosas consecuencias políticas que se derivan de estas cuestiones, pero su interés se encuentra a otro nivel : el de la persona humana. Y es a este nivel que esas cuestiones causan profunda inquietud, porque el peso del sufrimiento que afecta a los individuos y las comunidades interesadas es muy grande. La Iglesia Católica, fiel a su misión en el mundo, comparte esos sufrimientos y no puede ignorarlos en silencio, porque si lo hiciera pondría en peligro su testimonio de amor y servicio al hombre. La Buena Nueva que recibió de su divino Fundador obliga a la Iglesia a proclamar el mensaje de salvación y dignidad del ser humano y a condenar las injusticias y los ataques a la dignidad humana.
En cuanto a Namibia, la Santa Sede expresa la esperanza de que será posible que las negociaciones, que se han llevado a cabo durante largo tiempo, se traduzcan, sin demasiadas demoras, en decisiones claras que reconozcan sin ambigüedad el derecho de esa nación a ser soberana e independiente. Ello constituiría una contribución importante para restaurar la paz en la región y un signo valioso de reconciliación entre los diferentes pueblos que allí viven. En forma similar, será una aplicación ejemplar de los principios del derecho internacional que no puede dejar de extender su influencia positiva a otros conflictos en el continente africano y en otras partes.
Los recientes acuerdos que han distinguido las relaciones entre diferentes países en Africa Meridional parecen ser un adelanto en esa dirección. Entre tanto, reviste capital importancia que la conducta de las autoridades civiles y militares en el territorio namibiano esté inspirada por el respeto de los derechos de los habitantes, aún en las situaciones de confrontación que puedan existir.
En relación con la segunda cuestión que he mencionado, a saber, el desplazamiento de gran número de ciudadanos sudafricanos a los lugares de residencia que le han sido asignados por el Gobierno, la Iglesia Católica local ya ha expresado su protesta, dado que este procedimiento representa una grave violación de los derechos de la persona humana y, al mismo tiempo, perturba notablemente la vida familiar y la estructura social.
La Conferencia de Obispos Católicos del Africa Meridional y el Consejo Sudafricano de Iglesias han emprendido una iniciativa ecuménica conjunta a fin de señalar a la atención del público y de las organizaciones internacionales esos hechos, que son consecuencia del sistema de apartheid. La Santa Sede, por su parte, expresa su preocupación por procedimientos contrarios a la dignidad de los individuos y de comunidades enteras. Desea ardientemente que se establezca una política diferente a fin de que esa población, que ha soportado tantas pruebas dolorosas y cuyo derecho a ser tratada sin discriminación se ve sistemáticamente ignorado, puedan ahorrársele otras experiencias penosas y trágicas. Igualmente, desea la revisión de tal política de manera que puedan evitarse otras consecuencias catastróficas en el futuro, en bien de todos los que viven en la región, y en aras de la paz mundial.
4. Mis queridos amigos : vuestro trabajo delicado exige firmeza en la defensa de los principios y prudencia en la elección de los medios adecuados para lograr vuestro propósito. Os aseguro que la Iglesia, teniendo presente su propio nivel de responsabilidades y competencias, está de vuestro lado a medida que avanzáis por vuestro difícil camino y está dispuesta a apoyar todos los esfuerzos encaminados a eliminar la tentación de la violencia y ayudar a resolver el problema del apartheid con un espíritu de diálogo y amor fraternal que respete los derechos de las partes involucradas.
Que Dios Todopoderoso inspire la buena voluntad de todos los pueblos interesados y ayude a aquellos en posiciones de responsabilidad a adoptar decisiones sabias, para que en esa región puedan prevalecer la justicia y la paz mundial. Lo que está en juego es la dignidad de la persona humana y el bienestar de toda la humanidad.
Ciudad del Vaticano, 7 de julio de 1984.
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