25 octubre 2012, 1:35

El proyecto de vida en la adolescencia.

Javier Mandingorra Giménez. Estudios eclesiásticos de Filosofía y Teología. Máster de Orientación Familiar por la Universidad de Navarra y de Sexualidad por el Instituto Pontificio Juan Pablo II en Valencia (España).

Una de las características del adolescente, ese joven que casi no reconocemos como hijo y que todo nos lo cuestiona y que en ocasiones llegamos a mirar con verdadero temor, es precisamente el descubrimiento de su libertad y el gozar de ella. En especial descubre que la libertad es algo interior, algo que esta dentro de él. Por ello es clave en la actuación de los educadores, que en esa etapa de la vida del adolescente no se aísle en ese mundo interior suyo, que no se atrinchere en él, convirtiéndose en un introvertido, amando sobre todo su independencia. Hay que enseñarle que la felicidad viene de la coexistencia, que la libertad es para vivir con los demás, enriqueciendo el mundo y a sus semejantes. Amar la libertad es amar a los demás.

En esta etapa de la vida tan importante, tenemos que saber hacer ver al adolescente que ser libre es estar abiertos a las posibilidades que convertimos en proyectos: ¨Sé el que puedes llegar a ser¨. De esta manera su vida será única, un proyecto personal que valdrá la pena ser vivido.

Bien, ¿cómo vamos articulando esto?. San Agustín decía que si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa, sino lo que ama. Esa es la gran labor de padres y educadores, dar metas que valgan la pena de ser amadas. No hay que usar la libertad para la satisfacción de necesidades inmediatas. Hay que saber o aprender a apuntar alto en la elección de proyectos, de verdades, de bienes que desea conseguir. Para ello el adolescente ha de ir encontrando la verdad de si mismo, hacerse las preguntas: ¿ Quién soy?. ¿De donde vengo?. ¿A donde voy?. ¿Por qué o para qué estoy en el mundo?. La misión de los padres, de los educadores, es ayudarle a encontrar respuestas que satisfagan su corazón.

Para el cristiano, esa respuesta es Dios. Debemos ayudarle al encuentro personal con Cristo, al encuentro con Él y al compromiso, pues toda libertad es también compromiso. Establecer una relación íntima con Dios es sin duda el reto más importante de su vida.

Llegado a este punto, cabe pues, hacer una reflexión de cómo vivimos este compromiso nosotros y las personas que colaboran en los colegios en su educación, pues difícilmente se da lo que no se tiene. Hace poco un padre, acudía a mí, angustiado, porque su familia: esposa e hijos, estaban perdiendo la fe, habían perdido la fe mejor dicho. Reconocía que había vivido y habían vivido, un cristianismo hueco, carente de compromiso, solo nominal y que no había transmitido la fe a sus hijos, tampoco dado ejemplo de coherencia. Le dije con verdadero dolor, que lo único que podía hacer a estas alturas, es una rectificación personal. Tomarse en serio su fe, comprometerse con Dios y dar ejemplo. Nuestros hijos están necesitados de nuestro ejemplo siempre, cualquiera que sea su edad.

Así pues, vemos que la felicidad tan anhelada, no es tan fácil de conseguir. Pero resumamos lo visto hasta ahora, para ver qué dos cosas podemos hacer, a fin de allanar el camino de su consecución, tanto para nosotros como para nuestros hijos: Primero descubrir el sentido último de la propia existencia y segundo que nuestras acciones estén acordes con lo que pensamos y sentimos.

Esto nos lleva a un análisis más profundo del ejercicio de la libertad. Esta se expresa a través de la voluntad, con ella decidimos los actos que van perfilando nuestra vida. Pero la voluntad se sirve de la inteligencia, del conocimiento que tenemos de las cosas, de nuestra capacidad de conocer. Y nuestro conocimiento proviene de nuestros sentidos, son nuestra vía de comunicación con el mundo. Sin entrar en demasiados detalles, podemos distinguir los sentidos inferiores, que nos transmiten la comunicación más elemental, como son por ejemplo: los sensitivos del tacto -dolor, temperatura, …-, olfato y gusto. Y los sentidos superiores, que son la vista y el oído. Estos tienen una importancia vital en la vida ya que nos facilitan la comunicación con otras personas además de un conocimiento del mundo sensible y de ser vehículo al espiritual.

Llegamos pues a otro interesante punto, el de la educación de los sentidos. ¿Qué ven y oyen nuestros hijos?. ¿Nos ven o nos oyen discutir nuestros hijos?. ¿Nos ven o nos oyen quejarnos, de faltas de caridad, …?. ¿Ven en casa alegría, cordialidad, amor, fe, confianza?. ¿Es el nuestro, un hogar luminoso y alegre?.

Estamos en un mundo que nos intimida mediante la imagen y nos incapacita para lo interior. Ese caleidoscopio de imágenes, nos deja sordos ante los demás, ante nuestros hijos, ante nuestra esposa. Nos incapacita para la comunicación.

Y bueno, estamos ya en el punto que más nos interesa, el de los sentimientos. Digo esto porque los adolescentes funcionan mucho por ellos, los tienen a flor de piel. Hay quien los valora de forma desmesurada y hay quien no los valora. Lo que está claro es que los sentimientos pertenecen a la naturaleza humana, … a los hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse.

Esta, la persona humana, es la unión intima de cuerpo, alma y espíritu. El ser humano no se entiende, no existe, separado de este núcleo esencial. Ello explica, la necesidad de la resurrección en la parusía de Cristo en el fin de los tiempos, el alma separada del cuerpo esta incompleta sin el espíritu, en pena. Así pues los sentimientos forman parte esencial de todo acto humano.

Dietrich von Hildebrand decía que: “Tener un corazón capaz de amar, un corazón que puede conocer la ansiedad y el sufrimiento, que puede afligirse y conmoverse, es la característica más especifica de la naturaleza humana”. Por lo que el ser insensible es una verdadera carencia, tanto es así que Santo Tomás llega a decir que no solo es un defecto sino la ausencia de virtud. Podría haber un origen patológico en el comportamiento de una persona demasiado fría, incapaz de amar, de disfrutar de las cosas de la vida. Vemos que los sentimientos son buenos, necesarios, pero también somos conscientes de que pueden llegar a oscurecer la verdad, si no tienen alguien que los modere, si no están sujetos a algo superior: La voluntad. Pero para ello hace falta una voluntad fuerte, que no se deje dominar por los sentimientos. Que los conduzca por la recta razón, el entendimiento.

¿Hemos educado a nuestros hijos en este campo de la voluntad?. ¿Les hemos exigido puntualidad: al levantarse, cumplir encargos, estudiar …?.

Las experiencias afectivas han de ser controladas por la voluntad y aquellos sentimientos que no se corresponden al proyecto de vida en el adolescente tener la valentía de desaprobarlos.

Hay que lograr que nuestros adolescentes tengan los sentimientos adecuados. Nos pueden impulsar, los sentimientos, en nuestros actos o servir de freno. Muchas veces, de ellos depende nuestro futuro. De esta forma, con la educación de los sentimientos, nuestros adolescentes, sabrán canalizar sus enamoramientos, sus afectos, … Evitando desbordamientos de la afectividad que terminan dañando a la persona: relaciones prematrimoniales, embarazos indeseados…., que producen impresiones que no terminan de desaparecer de la conciencia, y que influirán en su manera de obrar en el futuro y que serán la explicación de algunas psicopatologías. Que importante es pues la educación en la familia.

Tantas cosas hemos de aprender de las personas santas … San Juan de la Cruz, nos enseñó que buscando la cima de la montaña , la verdadera felicidad está en la forma de subir el monte Carmelo.

Entendemos mejor la razón natural de que el matrimonio sea para siempre, pues la educación de nuestros hijos no termina nunca, cambia de aspectos, pero siempre se da. Tenemos una responsabilidad para con ellos y para con Dios de llevarla a buen fin. De hacerles felices por sus valores, por lo que son y lleguen a ser, no por lo que posean. Así y solo así seremos también nosotros felices.

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