6 noviembre 2012, 4:10

El Libro de Job.

Habéis perseverado conmigo en mis pruebas: Meditaciones sobre Job; es el título de un curso de Ejercicios Espirituales que el Cardenal Carlo María Martini, Arzobispo de Milán, dirigió a un grupo de sacerdotes, la mayoría de la diócesis ambrosiana. En este artículo, ofrecemos un extracto de las págs. 103-116 de su libro publicado en Edizioni Piemme S.p.A. (Italia) en 1989, traducido al español por EDICEP C.B. Valencia (España) en 1990.

La lucha por la obediencia de la mente.

Propongo una enseñanza—por tanto no una meditación sobre un pasaje bíblico—que se referiría al conjunto del Libro de Job y al significado que puede tener en nuestra vida cotidiana. Cuando he elegido, como tema central de estos Ejercicios, las palabras de Jesús: “Habéis perseverado conmigo en mis pruebas”, tenía el deseo de iluminar un aspecto particular, quizás un poco descuidado, de la existencia cristiana: el aspecto de conflicto, y específicamente de lucha, por el control y la obediencia de la mente. Este aspecto se muestra espléndidamente en el ejemplo de Job; todo el Libro, de hecho, es una gran lucha emprendida por el hombre por la obediencia de la mente a Dios.

Intentaremos, pues, entender ante todo la expresión bíblica: obediencia de la fe. Después reflexionaremos sobre el desorden de la mente; acerca de los diversos modos de desobediencia de la mente; acerca de la purificación de la mente según la doctrina de los Padres griegos. Por último deduciremos algunas consecuencias para nosotros.

“Oh María, tú que has tenido una mente y un intelecto puros y obedientes desde el principio; tú que después de una simple pregunta: ¿Cómo sucederá esto?, te has tranquilizado y no has dado paso a la ansiedad, no lo has vuelto a pensar, no has temido, concédenos la capacidad de seguir tu camino y poner en paz nuestra mente y nuestro corazón, de modo que podamos dedicarnos con toda el alma y con todo nuestro ser al amor del prójimo, según nuestra vocación”.

La obediencia de la fe.

Escribe San Pablo: “Por quien”—Jesucristo nuestro Señor resucitado de entre los muertos—”recibimos la gracia y el apostolado, para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre entre todos los gentiles” (Rm 1,5).

La obediencia a la fe es, pues, la finalidad del apostolado de Pablo, la finalidad de la muerte de Jesús y del envío del Espíritu a los apóstoles, precisamente para capacitarlos en su obtención. Es la finalidad de la Iglesia, de la misión cristiana: obtener la obediencia de la fe de toda criatura racional al misterio de Dios, al kerygma, al anuncio de la Salvación. El tema es central en todo el Nuevo Testamento. No es casual que la Carta a los Romanos, en la doxología final, vuelva a repetir: “A Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío y la predicación de Jesucristo: revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente, por las Escrituras que lo predicen, por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe, a Dios, el único sabio, por Jesucristo, ¡a él la gloria por los siglos de los siglos Amén!” (Rm 16,25-27).

El concepto se ha expresado también en la Carta a los Hebreos, donde se dice que el Hijo de Dios “llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen” (5,9). Jesús es para nosotros el salvador mediante el acto fundamental que llamamos obediencia de la fe. Pero también los antiguos padres se salvaron a través de la obediencia y de la escucha: “Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber adónde iba” (Hb 11,8). Podemos imaginar a Abraham caminando hacia la primera etapa de su peregrinación, ignorando la meta. ¿Qué cúmulo de preguntas se desencadenarían en su mente? Ciertamente no le resultaría fácil responder a cuestiones de este tipo: ¿Quién me obliga? ¿Acaso es justo? ¿Por qué no me quedé donde estaba?.

La obediencia a la fe no se agota en un acto único, indivisible; más bien es el inicio de una lucha contra todas las tentaciones mundanas de desobediencia, de autosuficiencia, de presunción, pensamientos propios del hombre carnal, psíquico que, según las palabras de Pablo, tiene siempre mil razones para oponer a la fe.

El desorden de la mente.

La obediencia a la fe supone la victoria sobre todo lo que constituye el desorden de la mente: fantasmas enemigos, que molestan, que se oponen en el camino de la fe, que desvían y desorientan, que la cuestionan y desearían cambiar. Son—como dicen los espíritus inmundos en el episodio de los endemoniados de Gerasa (Mc 5,1 s.)—una legión, una zarabanda. Bien se da cuenta quien de verdad desea iniciar el camino de la fe. Cada hombre está sujeto a esta multitud de ideas molestas y transversales …, impidiendo la dedicación al deber fundamental. Quienes no han seguido una vida espiritual no se dan cuentan y viven de impresiones, de lecturas, de diarios, de escuchar a hombres, ruidos y televisiones, pasando de una cosa a otra en un continuo vértigo de imaginación, de fantasía, de deseos, y apagando una visión con la visión sucesiva, como quien mira programa tras programa ante el televisor y queda siempre bajo el influjo de una excitación.

El desorden de la mente es, podemos decirlo, una situación constante de la existencia, aunque pase desapercibido. Se advierte cuando empieza a haber silencio, cuando se empieza a meditar regularmente: entonces a uno le asalta una multitud de pensamientos inútiles, vanos, desordenados, y el combatirlos puede convertirse en un verdadero martirio escondido, una verdadera penitencia capaz de suplir a tantas otras penitencias exteriores. Pero es también condición de salud psíquica, porque quien consigue disciplinar el mundo de las fantasías, de los afectos, de los deseos y temores, de las previsiones, de los adelantos excesivos y de las nostalgias, ha alcanzado un buen grado de salud interior. De lo contrario la persona está continuamente agitada por sentimientos distintos, entre los que no sabe orientarse, y cambia rápidamente de humor, reaccionando de tal forma que ni siquiera puede darse cuenta.

La lucha contra el desorden de la mente es una de las ocupaciones más importantes para quien quiere obedecer a Dios y abandonarse a sus acciones.

Los distintos modos de desobediencia de la mente.

Entre tantos y tantos modos de desobediencia de la mente, quisiera identificar al menos algunos. Muchos son, sencillamente, obstáculos, y los llamamos distracciones: van y vienen, pero no militan directamente contra la obediencia, si bien se muestran siempre capaces de disminuir la fuerza del espíritu. Sin embargo no es raro que haya pensamientos que asuman el aspecto de verdaderas desobediencias a la fe, quizás implícitos o escondidos. Job es un continuo ejemplo. Si volvemos a leer el Libro desde este punto de vista, nos daremos cuenta de que Job y sus amigos expresan, al hablar, una zarabanda de ideas, muchas de las cuales tienden a la desobediencia. Nosotros también tenemos esa experiencia: pensamientos, por ejemplo, que baten en nuestra cabeza para hacernos rebeldes ante las situaciones que estamos viviendo; no aceptación de nosotros mismos, de nuestro físico, de nuestra familia, de nuestra historia; en fin, no aceptación de la sociedad. Estamos obligados, es verdad, a combatir el mal en esa sociedad, pero si soñamos y fantaseamos condiciones distintas, irreales, nos veremos imposibilitados para amar, servir y contribuir a mejorar el mundo, porque continuamente nos presentaremos una situación distinta de la real. Más aún, no aceptación de ser pecadores, de haber errado. Cuántas veces intentamos la autojustificación; sobre todo ante una crítica, con razón o sin ella, aparece en nuestra mente toda una gran teoría de autojustificación y nos volvemos a ver miles de veces en la misma situación, para afirmarnos a nosotros mismos que los otros no nos han entendido y que nosotros tenemos razón.

Job nos ha enseñado también el peligro de la no aceptación, de no saber quiénes somos y si somos justos o no, el peligro del absoluto interés por autodefinirnos, por comprender nuestras raíces. Hay una forma de investigación psicológica o psicoanalítica que pretende precisamente esto: quiero poseerme en absoluto y por eso intento una búsqueda infinita de sueños, de fantasías, …, para conseguir descubrir mi último secreto, tan difícil de poseer.

De estos pensamientos se pasa, por supuesto, a los de la más directa desobediencia: la no aceptación de Dios. Y, en el fondo, la gran tentación que aparece en todo el Libro de Job. Él lo acepta, y es su gran acto de fe, sin embargo su mente siempre está tentada al rechazo, incluso a la tentación de desesperación y, en sentido negativo, de resignación: Ya no creo en nada, no acepto nada, ya no tengo ganas de nada.

He aquí el giro del pensamiento: se presentan en general como inocuos, ocupan las primeras horas de la mañana, al despertarnos, nos asaltan en los momentos en que estamos más ocupados y de repente invaden nuestra mente, de modo que, cuando volvemos a tomar nuestra ocupación, nos sentimos tristes, cansados y débiles sin saber el motivo. En realidad, no les hemos disciplinado atentamente, no les hemos parado a tiempo; y así formas de exaltación o de resentimientos, de engreimiento, de depresión o de rabia contra nosotros mismos o contra los otros, han entrado en nosotros y las hemos desarrollado.

Podría mencionar también todas aquellas imágenes fantásticas que, quizás subrepticiamente, se insinúan en nosotros dejándonos, en un cierto momento, vacíos, poco deseosos de rezar, poco integrados en la Misa, en la lectura del breviario: no comprendemos el motivo; es simplemente que nos hemos dejado entretener un poco, sin darnos cuenta, por una serie de pensamientos indisciplinados, que han acabado por desalentarnos. El descubrimiento de este mundo interior difícil es parte del camino espiritual y nos conduce a emprender una lucha continua y agotadora.

La purificación de la mente según los Padres.

Si partimos de estos presupuestos, tendremos una clave para leer un gran número de textos de la gran literatura patrística oriental, sobre todo de la literatura monástica. Los volúmenes de la Filocalia tratan ampliamente este tema: la lucha por la disciplina de la mente, de los pensamientos, de los sentimientos del corazón. El monje que entra en la vida solitaria, se enfrenta en primer lugar con su mundo interior y su vida se convierte en una lucha para reducirlo a la obediencia.

Por esto, los libros de la Filocalia están repletos de sabiduría espiritual y psicológica: nos hacen partícipes de una tradición milenaria de disciplina de la mente. Los mismos títulos de cada una de las obras son bien significativos: La custodia del intelecto, de Isaías el Anacoreta; Sumario de la vida monástica que enseña cómo se debe ejercer la ascesis y la esiquía, de Evagrio el Monje (esicasmo indica la calma, la paz interior que es considerada como ideal de la vida monástica y por la que se lucha durante una entera existencia); Acerca del discernimiento de las pasiones y de los pensamientos, del mismo Evagrio; Los ocho pensamientos imperfectos, de Cassiano. El tratado de Cassiano desenmascara y combate todos los pensamientos que debilitan al hombre, porque con los pensamientos se descubren también las pasiones, yendo de esta forma a la raíz del corazón.

Entre los muchos pasajes interesantes, leo una frase de Evagrio sobre el discernimiento. A la manera pintoresca típica de los Padres del desierto, escribe: “Hay un demonio, llamado Vagabundo, que se presenta a los hermanos sobre todo durante el trabajo del día; dirige al intelecto en un viaje de ciudad en ciudad, de villa en villa, de casa en casa; se entiende que lo hace únicamente con simples coloquios;”—es decir se presenta de manera inocua—”de vez en cuando se encuentra con un conocido y así, sin darse cuenta el hermano, va contaminando poco a poco su estado interior; yendo algo más lejos, al final se olvida del conocimiento de Dios, de la virtud y de su profesión. Los hermanos solitarios deberán observar de dónde viene ese demonio y a dónde quiere ir a parar. Porque, todo ese viaje no lo hace por casualidad. Lo hace para contaminar el estado interior del solitario: de esta forma el intelecto, inflamado por esas cosas, ebrio de encuentros, pronto tropieza con el demonio de la fornicación o de la ira o de la tristeza, es decir, todas aquellas cosas que destruyen por completo el esplendor de su estado interior” (cfr. La Filocalia, vol. 1, Gribaudi, pp. 112-113).

Me parece que el proceso de corrupción de la mente se ha expresado con toda claridad en este pasaje.

Sugerencias.

Expresaré, finalmente, algunas observaciones conclusivas:

1. Es justo, hasta cierto punto, querer salir racionalmente del remolino de pensamientos que nos asaltan. Instintivamente tendemos a dar a cada uno una respuesta lógica, ya que con frecuencia se presentan como interrogantes.

2. Sin embargo hay un límite. Nos daremos cuenta, a medida que crece nuestra sensibilidad, que las cuestiones no se contentan en realidad con una mera respuesta, pues continúan deprimiendo al espíritu. Entonces salta la advertencia de la lucha, aparece el comportamiento disciplinado de quien tiende a la esiquia, al control ordenado de la propia mente, a través de tres modos concretos:

a) Truncar valerosamente el remolino de pensamientos repitiendo la decisión mil veces, si es necesario. En cuanto hayamos comprendido que no son pensamientos constructivos, aunque parezcan racionales, que debilitan la mente, hay que truncarlos inmediatamente. Cuántas personas, si lo hubieran hecho a tiempo, se hubieran ahorrado muchos agotamientos nerviosos, amarguras, resentimientos y fatigas.

Por tanto, es extremadamente importante la decisión interior.

b) El segundo modo, sugerido también por la Imitación de Cristo, es muy simple y con frecuencia lo olvidamos, siendo así que es realmente fecundo: age quod agis, entrégate a fondo en lo que estás haciendo, ayudándote también de la sensibilidad. Si estás leyendo un libro, siéntelo en la mano, siente su peso, mira sus palabras una tras otra, intenta evidenciarlas a través de los mismos caracteres. Si cantas, canta con todo tu corazón, si escribes, escribe con todas tus fuerzas, si caminas, camina con toda tu energía. No te dejes dominar por los pensamientos que desearían, con resentimiento, animosidad, miedo y angustia, dominar sobre tu actuar. Parece un medio demasiado simple, y sin embargo es utilísimo, e incluso existen escuelas de psicología fundadas sobre él: una autoconsciencia ordenada parte de la percepción sensible de algunas realidades inmediatas, para después ordenar el hilo de la mente según una línea directa que no se desvíe continuamente a derecha o izquierda.

c) La tercera sugerencia, dada con frecuencia por los Padres griegos, sobre todo en el proceder de la tradición monástica, es la Oración de Jesús. Esta oración consiste en transferir la mente al corazón, por tanto en no dejar que la mente divague en la selva de los pensamientos, dedicándola total y afectivamente a la persona de Jesús. La oración del corazón tiene su propia técnica, quizás no muy adecuada para nosotros los occidentales, pero que en la Iglesia griega y en la Iglesia rusa se ha elevado a alturas místicas verdaderamente considerables.

En todo caso también nosotros tenemos formas de oración del corazón: el Rosario, por ejemplo, cuando se reza bien, tiende a pacificar la mente llevándola a algunas palabras e imágenes fundamentales, el vía Crucis suscita sentimientos y afectos hacia Jesús; las jaculatorias y las palabras de los salmos, repetidas muchas veces, pueden convertirse en oraciones del corazón. Y así, poco a poco, la multiplicidad de pensamientos se simplifica y se reduce a la unidad. Son todo formas que nos ayudan a reencontrar aquella unidad interior, en la distracción y en la ruptura frecuente creadas por la multiplicidad de actividades, que encuentra en la oración de Jesús su punto de referencia privilegiado.

Durante la experiencia que he vivido en la India, donde he podido conocer de cerca la ascesis hindú y los esfuerzos de muchos jóvenes en busca de un gurú, de un maestro espiritual, he comprendido que también ahí el ideal está en alcanzar la posesión de sí mismo, la unidad, no de una forma lógica, racional, posesiva, sino a través de un don; en la India se habla de vacío de sí mismo, de abandono a la nada. Para nosotros significa abandono al misterio inefable en el que estamos inmersos y que, siendo lo más íntimo de mi intimidad, está en el fondo del corazón, por lo que puedo reencontrarlo en todo momento—de día o de noche, en la enfermedad o en la salud, en la tristeza o en la alegría— en una unidad profunda conmigo mismo.

La oración de Jesús está al alcance de todos, y sin embargo nos introduce en los misterios más profundos; es compatible y se adapta a todas las situaciones, y puede ser practicada por medio de una oración prolongada e intensa. Pero debemos reconocer, por experiencia, que no es posible vivir la oración de Jesús, o en todo caso una oración afectiva, del corazón, durante las ocupaciones diarias, si no hay al mismo tiempo momentos fuertes y serios de oración y silencio.

3. Una última observación acerca de la ira del intelecto, expresión que tomo de Isaías el Anacoreta: “Hay entre las pasiones una ira del intelecto, que es conforme a la naturaleza” (una ira buena, por tanto, porque en la tradición griega “conforme a la naturaleza” significa “conforme a Dios“, como Dios ha hecho las cosas). “Sin ira tampoco hay pureza en el hombre, en el hombre debe haber ira contra todo lo que el enemigo siembra en el mismo hombre y para su perdición”. Si un hombre tolera pacientemente que un remolino de pensamientos le invada y no le parece que sea un enemigo, este hombre no vive la verdad y no alcanzará nunca la pureza interior. “Cuando Job encontró este enemigo, le insultó en sus amigos, diciendo: «Gente sin honor, despreciable, privados de todo tipo de bienes, no os he considerado dignos de estar entre mis perros de pastor»… Si te estás oponiendo a la turba de enemigos y los ves que huyen debilitados, que no se alegre tu corazón, porque la malicia de los espíritus está oculta detrás de ellos. Preparan una lucha peor que la primera, dejan a otros apostados detrás de la ciudad y les mandan que no se muevan. Si tú te opones y les enfrentas, huyen arrollados. Pero si tu corazón se enaltece porque los has arrojado, unos saldrán de detrás, otros se erguirán ante ti y dejarán tu pobre alma en medio de ellos sin posibilidad de huida. La ciudad es la oración. La resistencia es la contradicción en Cristo Jesús. El sostén es el desdén” (op. cit., p. 89).

Isaías el Anacoreta afirma, pues, que hay que ser capaces de ira contra todo lo que intente destruirnos y apartarnos del camino, para llegar a una fuerte disciplina interior, en la que sólo sea posible vivir a través de continuas mutaciones de las situaciones en torno a nosotros y de nuestra misma situación de espíritu, pero teniendo siempre los ojos fijos en Jesús, el Señor, príncipe de la paz, que reina en nuestro corazón más allá y por encima de todas las vicisitudes humanas. Es la obediencia de la mente a la que Job llega únicamente tras un largo, agotador y penosísimo trabajo. Que el Señor nos conceda alcanzar pronto la necesaria purificación de la mente tan importante para nuestra vida y para nuestro servicio pastoral.

vaticano.png usa.gif energia-solar-vaticano.png ere-cec.png icesat.png jmj-2011.png aca-pc.png


Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *