20 octubre 2012, 16:35

La felicidad y el sentido de la vida conyugal en matrimonio.

Javier Mandingorra Giménez. Estudios eclesiásticos de Filosofía y Teología. Máster de Orientación Familiar por la Universidad de Navarra y de Sexualidad por el Instituto Pontificio Juan Pablo II en Valencia (España).

Estamos en un mundo que no es fácil vivir con la dignidad de hijos de Dios. Ello es debido a que los intereses sociales no están empeñados en que el hombre tome conciencia de su dignidad, de su valía como persona ya que ello lo haría poco manipulable para los intereses que dominan hoy, y que son: el poder y el dinero. Para ello lo que intentan es, aprovechar los diferentes instintos naturales y de supervivencia, para tergiversarlos y perder el alma del hombre.

John Locke nos decía que lo que mueve el deseo es la felicidad, son las ansias de ser felices lo que mueve a los hombres, lo malo es que en muchas ocasiones confundimos la felicidad con el placer.

Si atendemos a la definición del placer como un estado afectivo agradable, unido a la satisfacción de un deseo o una tendencia y al ejercicio armonioso de una actividad.

De este modo, comprendemos que hay tantos placeres como deseos, tendencias y actividades, pero la mayoría de los hombres por su facilidad, circunscriben estos a los corporales.

El placer no es malo, es algo bueno, querido y puesto por Dios. El placer perfecciona la actividad humana. Los problemas surgen cuando el placer se confunde con el bien supremo o cuando este se considera despreciable.

Por ello, es muy importante la educación en los valores de nuestros jóvenes adolescentes, en esa gran escuela que es la familia cristiana. Conviene saber cuando hay que sufrir y disfrutar, pues al igual que hay actividades nobles e indignas, igual hay que pensar de los placeres, los habrá de nobles e indignos. Y aquí como en tantas otras cosas, no cabe eso tan de moda de la opción fundamental para justificar muchos excesos.

Nos quedamos por un momento en este punto para hacer una reflexión de lo que es el hombre y poder a continuación seguir con el tema que nos ocupa, del placer y la felicidad.

Según la definición clásica, el hombre es un ¨animal racional¨. En ella se nos muestra su doble composición, animal o de la materia, y racional o del espíritu. Ello ya lo vislumbramos en el Génesis cuando Adán se vió en el mundo, rodeado de la creación, y no encontró nada semejante a él, vió que estaba solo. Como duele esa soledad del hombre, como se ve que es un ser sociable, que está pidiendo amar y ser amado. Cuantos traumas y dramas humanos por estas carencias afectivas.

Siguiendo con el Génesis, sabemos que el hombre fue creado a imágen y semejanza de Dios, hombre y mujer los creó, lo que nos llevaría a otras interesantes conclusiones, que superan en este momento el tema que nos ocupa. Quisiera recordar así mismo, la definición de Dios que nos da San Juan: Dios es Amor. Luego al crear al ser humano a su imágen y semejanza, lo ha hecho para el Amor. El hombre es pues un ser viviente capaz de ser divinizado, lo que completa la definición; pero cuando se olvida para lo que está hecho y se conforma con el placer que lo deja insatisfecho, es cuando deja de ser hombre en su plenitud, solo es un ser viviente. San Agustín lo expresó muy bien cuando decía que el corazón del hombre está hecho para Dios y solo descansará en Dios.

El ser humano para ser hombre de verdad necesita de la prudencia, que es el arte de obras en cada momento y convenientemente, y de la templanza que es la ordenación del deseo.

El deseo sexual es de los más fuertes, en él se encuentra la propagación de la especie, es un instinto muy fuerte de supervivencia. Por ser tan fuerte es el que más necesita del dominio de la razón, lo contrario sería el desbordamiento a lo sensible, la búsqueda del placer sexual por sí mismo, lo que pierde a la razón, a la prudencia y al hombre entero. Esto lleva al fracaso de la existencia humana y a la infelicidad. Cuantas personas, por desgracia, obsesionadas por el placer sexual son infelices, cuantos han confesado lo degradados que se sienten porque no saben evitar esos impulsos.

El placer es una complacencia parcial, pero el hombre no se conforma con esa parcialidad, su meta es la felicidad, la total complacencia en Dios. El placer y la felicidad se relacionan como la parte y el todo. Me explico, el placer es una satisfacción restringida a un determinado tiempo y a una actividad concreta, la parte. La felicidad es una complacencia completa de todo lo que soy, el todo. Por ello se puede ser feliz en el dolor y no ser feliz sintiendo placer, o con todos los placeres satisfechos y seguir vacío e infeliz. Lo que nos lleva a ver que la felicidad está lejos de ser una suma de placeres mundanos.

Victor Frankl decía que quien tiene un porqué para vivir, es capaz de soportar cualquier cómo. Los cristianos somos los que tenemos un verdadero sentido de la vida, un porqué mas alto para vivir: Dios, la Caridad, el Amor.

El placer y la felicidad llevan consigo renuncia, tanto si nos gusta como si no, toda elección implica una renuncia, pero ello no nos ha de llevar a no sentir deseos, al estoicismo. No, sin deseos la vida dejaría de ser humana, seríamos una especie insensible. Mas bien hay que alimentar deseos pero no venderse a ellos como los epicúreos, no poner en ellos el sentido de la vida, hay que moderarlos con la templanza, los apetitos deben ser ordenados, pocos y dirigidos por la razón.

Aplicando esto a la persona amada, vemos la diferencia que hay entre deseo y amor. Quien desea es un calculador, sabe demasiado lo que quiere, su felicidad en primer lugar y tal vez la del otro pero en segundo término. Desear pues no es amar. No es amado quien es deseado, pues ese deseo implica una utilización. El amor es entrega, donación total, es el pensar que bueno que tú existas. El verdadero amor desea la felicidad del otro y lucha por hacerle feliz, esa lucha es diaria pues la persona con el tiempo cambia y el amante ha de ir descubriendo lo que hace feliz a la persona amada en ese cambio. Es pues una experiencia apasionante, que no se puede dejar dormir. El amor nace, y se hace pues diariamente, y si esto te hace sonreír es, querido lector, que tu amor está al menos dormido y corre gran peligro si no avivas las brasas de la caridad para forjar tu corazón, y no mañana sino ahora. Si es que quedan brasas que avivar.

Por lo tanto te juegas la felicidad en la tierra, tuya y la de tu cónyuge y también, para que engañarnos, la del alma eterna que es en definitiva la que importa.

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