El sufrimiento en la Biblia.
El dolor en la Sagrada Escritura.
Extracto del libro ¨Vida Cristiana en plenitud¨ del Dr. en Teología y Director del Departamento de Teología Espiritual del Instituto de Teología Dogmática e Historia del Dogma de la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Viena (Austria), Josef Weismayer; publicado por PPC (Promoción Popular Cristiana) en su Colección Pastoral Aplicada (núm. 169), Madrid (1990), con el título original: ¨Leben in Fülle¨ de Verlaganstalt Tyrolia, Innsbruck (1983).
En la ascesis el primer plano es para la acción, para el compromiso, para el esfuerzo. Pero la existencia cristiana está determinada también, esencialmente, por el sufrimiento y la paciencia. Tocamos aquí, por otra parte, un problema humano general.
A) El hombre sufriente y su Dios en los escritos del Antiguo Testamento.
1. El sufrimiento, signo del pecado en el mundo.
2. La tolerancia del sufrimiento en la oración.
3. Job sufriente.
4. El profeta sufriente Jeremías.
5. El siervo sufriente de Dios.
6. Síntesis.
B) El sufrimiento en la perspectiva del Nuevo Testamento.
1. Jesucristo sufriente y crucificado.
2. El apóstol sufriente.
3. Epílogo de las respuestas neotestamentarias a la cuestión del sufrimiento.
Para un cuadro general, E. Zenger, Leiden IV. Biblische Perspektiven, en ¨Christlicher Glaube im oder Gesellschaft¨, vol. 10, Freiburg 1980, pp. 27-36; G. Gestenberger – W. Schrage, Leiden, Stuttgart, 1977.
A) El hombre sufriente y su Dios en los escritos del Antiguo Testamento.
1. El sufrimiento, signo del pecado en el mundo.
La protohistoria responde explícitamente a la cuestión que otros textos del Antiguo Testamento se limitan a tocar, y esto se debe a que hay o debe haber dolor en el mundo. Después del diluvio se habla de la promesa de Dios de que la Tierra no volverá a ser aniquilada por causa del hombre, ¨porque el corazón del hombre se pervierte desde la juventud¨ (Gn. 8, 21). Haciendo referencia al relato de la caída de Gn. 3, esto significa que el desorden creado en el mundo de la vida es experimentado como fatiga y dolor (de modo particular Gn. 3, 14-19).
¨Es una consecuencia de la libertad que el Dios creador ha concedido a su creatura. Esta libertad de su creación es tan tenida en consideración por el Dios creador, que está dispuesto a soportar el desorden que se deriva del mundo¨ (Zenger, Leiden, p. 35).
Esta perspectiva, la idea de que el dolor experimentado por el hombre debe ser visto en conexión con el pecado, está presente también en los textos proféticos que hablan del mundo venidero, en el que los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán, en el que ya no habrá más dolor ni muerte (por ejemplo, Is. 35, 1-10; 60-62).
2. La tolerancia del sufrimiento en la oración.
C. Westermann, Lob und Klage in den Psalmen, Göttingen 1977; id., El grito desde el abismo, en ¨Concilium¨ nº 119 (1976), pp. 375-389.
En los salmos de lamentación del individuo se manifiesta la situación de dolor del hombre; el orante da voz a su propio dolor. Las expresiones son, además, tan genéricas, que todo sufrimiento puede identificarse con ellas. No se describen solamente situaciones concretas de dolor, sino que se hacen visibles las dimensiones universales del sufrimiento, el daño causado a las relaciones con Dios, consigo mismo y con los propios semejantes. Con su lamento, el orante en Israel supera la inexpresabilidad de los grandes dolores, el aislamiento y la soledad. En la oración dirige su propio gemido a quien es capaz de transformar todo dolor humano.
Muchos salmos de lamentación aluden al final a un cambio, contienen un ¨cambio de actitud interior¨. El orante está ahora lleno de confianza en la misericordia del Señor (Sal. 13, 6) y exalta a Dios de forma entusiasta (Sal. 22, 23-32). El encuentro del sufriente con el Dios vivo ha provocado un cambio. Ante el rostro de Yahvé, puede soportarse el sufrimiento.
3. Job sufriente.
E. Zenger, Durchkreuztes Leben. Hiob, Hoffnung für die Leindenden, Freiburg, 1981.
En el fondo, el libro de Job realiza el intento de hacer comprensible el dolor, caracterizado por el axioma: quien hace el bien recibirá el bien; quien hace el mal recibirá el mal (por ejemplo, Pro. 29, 6; Sal. 7, 17; 9, 16; 57, 7). El dolor es, por consiguiente, la consecuencia de la culpa, el castigo por el pecado.
A Job, que sufre profundamente, los tres amigos que le visitan le recuerdan la ¨Ley¨. Debe confesar sus pecados (Jb. 4, 7 ss. 17-19; 22, 12 ss.). Si se convierte, Dios lo levantará (por ejemplo, Jb. 18, 4 y 21-26). En los discursos de Elihú (Jb. 32-37) aparece otra respuesta al problema del sufrimiento: el dolor es una medida pedagógica de Dios, dirigida a purificar al hombre (Jb. 33, 14 y 19; 36, 21). Este intento de dar una explicación al dolor aparece también en otros textos del Antiguo Testamento (por ejemplo, Dt. 8, 5; 2 Sam. 7, 14; Pro. 3, 1-12).
Pero quien está sufriendo hace ver la insuficiencia de tales explicaciones (por ejemplo, Jb. 12, 2; 13, 4; 19, 2 ss.; 21, 34). Este rechazo se confirma en el discurso conclusivo de Dios (Jb. 42, 7). La solución del problema para el que sufre está en el encuentro con Yahvé, el Dios que ha liberado a Israel de la esclavitud (Jb. 38, 1). Dios no es sólo justo y omnipotente; es también incomprensible, es el Dios del amor y de la bondad, el Dios de la vida. En el encuentro con Él, a quien Job conocía de antemano sólo de oídas, y al que ahora ha visto con sus ojos, experimenta el sentido de su situación de dolor: ¨Por eso me retracto y me arrepiento echándome polvo y cenizas¨ (Jb. 42, 1-6).
4. El profeta sufriente Jeremías.
C. Westermann, Jeremia, Stuttgart, 1972, pp. 38-49.
No sólo la enfermedad, la persecución, la calumnia y la enemistad oprimen al hombre y lo ponen en brazos del dolor. También la fidelidad a Yahvé y el encargo recibido de Él puede causar gran sufrimiento a una persona, en nuestra caso Jeremías. Este dolor va desde la amenaza externa del que quisiera desembarazarse del fastidioso amonestador, hasta la lamentación del día del nacimiento por parte del profeta mismo; aún más, hasta el reproche a Yahvé de que le ha seducido y le ha violentado. Las llamadas ¨confesiones de Jeremías¨ manifiestan ese dolor (Jer. 11, 18-12, 6; 15, 10-21; 17, 14-18; 18, 18-23; 20, 7-18), que encontró consolación únicamente en la palabra de Yahvé (Jer. 15, 15-19).
5. El siervo sufriente de Dios.
L. Ruppert. El siervo doliente de Yahvé, en ¨Concilium¨, nº 119 (1976), pp. 364-374; J. Blank. Der lidende Gottesknecht (Is. 53), en P. Pawlowsky – E. Schuster (ed.), Woran wir leiden, Innsbruck, 1979, pp. 28-67.
Del siervo sufriente de Dios habla el cuarto cántico del siervo de Yahvé, inserto con los otros tres en la obra del deutero Isaías (Is. 42, 13-53, 12). El siervo sufre a causa de su mensaje profético (también el tercer cántico, Is. 50, 4-9). Ciertamente es un sufrimiento causado por los hombres, pero, en última instancia, es querido por Dios (Is. 53, 6 y 10). Es un sufrimiento que es consecuencia del pecado de los demás (Is. 53, 5-6 y 8), es sufrimiento por los demás: el inocente sufre por los pecadores (Is. 53, 9 y 12), por su salvación (Is. 53, 5).
En este siervo de Yahvé son visibles los rasgos del pueblo de Israel sufriente. Por otra parte, el siervo tiene también en sí rasgos del profeta. Pero esta figura va más allá del marco histórico. El Nuevo Testamento ve realizado este mensaje del siervo de Yahvé en la muerte y resurección de Jesús.
6. Síntesis.
En los escritos del Antíguo Testamento el sufrimiento y el que sufre están tomados muy en serio. Por otra parte, en ningún momento se pretende dar una respuesta sistemática que aclare todas las cuestiones. Se dejan entrever diversos caminos para una respuesta. Se alude a un lazo de unión con el comportamiento pecaminoso del hombre; el sufrimiento puede ser una prueba, una llamada a la conversión, y puede ser causado también por la fidelidad a Dios, a su elección. Finalmente en la figura del siervo sufriente de Dios (Is. 53), el sufrimiento es contemplado como compromiso con los demás, con su salvación.
La solución está en el encuentro con el Dios que ¨sufre con nosotros¨. Dios no es un espectador impasible del sufrimiento humano, sino que participa en él, lleno como está de ¨compasión¨ y de ¨misericordia¨ (sobre este problema: J. Galot, Dieu soffre-t-il ?, París, 1976).
B) El sufrimiento en la perspectiva del Nuevo Testamento.
1. Jesucristo sufriente y crucificado.
Jesús hizo experiencia del sufrimiento y de la muerte porque fue fiel hasta el final al encargo recibido del Padre y a su voluntad. El anuncio y la realización por medio de signos del Reino de Dios lo llevaron a afrontar conflictos mortales.
En Jesucristo, Dios entró a formar parte de nuestra condición humana, de la existencia sufriente. El Dios ¨compasivo¨, ya visible en el Antiguo Testamento, en Jesús de Nazareth, en su propio Hijo, toma sobre sí la impotencia del sufrimiento y de la muerte humana. Pero precisamente tomando sobre sí el dolor y la muerte. Cristo ha roto los lazos angustiosos del sufrimiento humano.
En la resurección de Jesús este acontecimiento salvífico se ve con claridad: toda la vida de Jesús ha sido, desde el comienzo hasta el final, una existencia ¨para nosotros¨. En su muerte, el amor de Dios se ha manifestado en forma extrema (Jn. 13, 1). La resurección muestra este ¨ser para vosotros¨ en su alcance salvífico.
¨Que Dios mismo tome sobre sí el sufrimiento, pagando así el alto precio de la libertad de su creatura, está atestiguado de modo particular por el sufrimiento y la muerte de su Hijo Jesucristo, cuya resurección revela también que el sufrimiento, como participación en el ¨con sufrir¨ de Dios, puede ser el camino hacia una nueva libertad dada por él y que ha dejado de ser precaria en la plena comunión con Dios mismo¨ (Zenger, Leiden, p. 36).
2. El apóstol sufriente.
E. Guttgemanns, Der leidende Apostel und sein Herr. Studien zur paulisnischen Christologie, Göttingen, 1966.
El mensaje de la cruz es el núcleo, el contenido central del Evangelio paulino. En la carta a los Gálatas, Jesús en la cruz es contemplado como el final de la ley. En la primera carta a los Corintios, Pablo contrapone la sabiduría de la cruz a la necedad de este mundo (1 Cor. 1, 18-2, 5). El ¨ser de Cristo¨, que tiene su comienzo en el bautismo, es esencialmente una participación en su muerte y en su resurección (espec. Rom. 6, 1-14).
La fecundidad del sufrimiento de Jesús se ve también en el sufrimiento del apóstol. De estos sufrimientos afrontados en el ejercicio del apostolado se habla sobre todo en 2 Cor. 4, 7-15 (1 Cor. 4, 9-13; 2 Cor. 1, 3-11; 6, 3-10; 11, 16-33; 12, 7-10; Gal. 4, 12-20; 6, 17; Flp. 3, 10 ss.).
Manifestando en su propio cuerpo la muerte de Jesús (2 Cor. 4, 10 ss.), el mismo apóstol se convierte en una revelación de Cristo. Él tiene necesidad de consolación (2 Cor. 1, 3-7). Gracias a la fe en el Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos, es capaz de soportar esta situación de dolor.
De un sufrimiento semejante y fecundo para la Iglesia se habla también en Col. 1, 24: ¨Ahora me alegro de sufrir por vosotros, pues voy completando en mi carne mortal lo que falta a las penalidades del Mesías por su cuerpo, que es la Iglesia¨. El texto en conjunto hace referencia a la función vicaria del apóstol ante la comunidad (1 Cor. 11, 1). Él es un enviado en el lugar de Cristo (2 Cor. 5, 20); mediante él es Cristo quien habla (2 Cor. 13, 3). La predicación del mensaje de Cristo se hace también a través también del sufrimiento causado por las tribulaciones. En el lugar de Cristo resucitado, que ya no puede sufrir más, se sitúa el apóstol sufriente. Sus sufrimientos resultan provechosos para la Iglesia, el cuerpo de Cristo (la panorámica sobre las interpretaciones de este pasaje en J. Gnilka, Der Kolosserbrief, ¨Herders Theologischeer Kommentar zum Neuen Testament¨, Band X: Faszukel 1, Friburgo, 1980, pp. 94-98).
3. Epílogo de las respuestas neotestamentarias a la cuestión del sufrimiento.
Las diversas tentativas de comprender el sentido del sufrimiento, presentes ya en el Antiguo Testamento, vuelven a encontrarse en los textos neotestamentarios:
– A veces el sufrimiento y la enfermedad son presentados como consecuencia de una conducta pecaminosa (Lc. 1, 20; Hch. 12, 22 ss.; 13, 10 ss.). Por otra parte no se admite ver en todo sufrimiento un castigo por el pecado (Lc. 13, 1-5; Jn. 9, 1-5; Hch. 28, 1-6).
– El sufrimiento puede ser purificación y prueba. Mediante el dolor, Dios pone a prueba la fidelidad y la paciencia (por ejemplo, Rom. 5, 3-5; Heb. 12, 4-11; Sant. 1, 2 ss.). La respuesta central del Nuevo Testamento al sufrimiento es Jesucristo, el crucificado y resucitado. En Él, el dolor humano y el sufrimiento inocente se convierten en camino hacia la salvación. En la debilidad y en la impotencia de Jesús en la cruz la sabiduría de este mundo es necedad; se produce un cambio de valores, el éxito se transforma en fracaso y viceversa.
Esta nueva perspectiva sobre el sufrimiento sólo es comprensible desde la fe. Esperamos en el mundo definitivo de Dios, en el que ya no habrá dolor ni sufrimiento, y con el que los sufrimientos del momento presente no se pueden comparar en modo alguno (Rom. 8, 18).
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