Qué difícil es que los ricos entren en el reino de los cielos

2013-10-21 L’Osservatore Romano.

El dinero sirve para realizar muchas obras y hacer progresar a la humanidad, pero cuando se transforma en la única razón de vida, destruye al hombre. Es ésta la enseñanza que el Papa sacó del pasaje litúrgico del Evangelio de Lucas (12, 13-21) durante la misa celebrada el lunes 21 de octubre por la mañana en la Casa de Santa Marta.

Al inicio de su homilía el Santo Padre recordó que el Señor nos habla “de nuestra relación con las riquezas”. Un tema que no es sólo de hace dos mil años. “Cuántas familias destruidas – comentó – hemos visto por problemas de dinero”. Porque la primera consecuencia del apego a la riqueza es la destrucción del individuo y de quien está cerca. Cuando una persona está apegada a la codicia, explicó el Obispo de Roma, se destruye a sí misma y su familia.

Cierto, el dinero no hay que demonizarlo en sentido absoluto – precisó Francisco I – sirve para llevar adelante muchos trabajos y desarrollar la humanidad. Lo que hay que condenar, en cambio, es su uso distorsionado. Al respecto el sumo pontífice repitió las mismas palabras pronunciadas por Cristo en la parábola del “hombre rico” contenida en el Evangelio: “El que atesora para sí, no es rico ante Dios”. De aquí la advertencia: “Guardaos de toda clase de codicia”. Es ésta en efecto “la que hace daño”, es la tensión constante a tener cada vez más que “lleva a la idolatría” de poseer, y que acaba por destruir al ser humano. Ser codicicioso hace enfermar el alma, conduciendo al interior de un círculo vicioso en el que cada pensamiento está en función de la avaricia.

La característica más peligrosa es precisamente la de ser un idólatra e ir por el camino contrario al trazado por Dios. Y al respecto, Su Santidad citó a san Pablo, quien recuerda “que el Señor que era rico, se hizo pobre para enriquecernos a nosotros”. Así que la virtud del cristiano es la humildad y servir al prójimo, en cambio, recorrer la senda de la vida en dirección opuesta, conduce a la vanidad.

Por este motivo, Jesucristo se muestra contrario al apego por la riqueza, por ejemplo, cuando recuerda “que no se puede servir a dos señores al mismo tiempo, a Dios y el dinero”. La actitud en clara antítesis a la confianza en la providencia es precisamente la del personaje de la parábola evangélica, quien no conseguía pensar en otra cosa más que en la abundancia del trigo recogido en los campos y bienes acumulados. Por eso, decía : construiré otros graneros y los llenaré cada vez más. Un comportamiento ambicioso como testimonian sus pensamientos de tener bienes almacenados para muchos años, comer, beber y banquetear sin importarle todo lo demás.

Pero es precisamente entonces cuando Dios le pone en guardia cuando dice : “Necio, esta noche te van a reclamar el alma”. Porque la codicia es necedad, destruye el alma y la fraternidad humana. Mientras que el Señor nos muestra el verdadero camino, no el del ídolo de oro, sino el de la pobreza evangélica. En efecto, todos los bienes que tenemos, el Señor nos los da para ayudar a los demás.

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