Congreso Mundial de la Pastoral de los Migrantes

Ciudad del Vaticano, 21 noviembre 2014 (VIS).- La emigración sigue siendo una aspiración a la esperanza, a pesar de los acontecimientos dramáticos registrados en los últimos años, con estas palabras recibiendo a los participantes en el VII Congreso Mundial de la Pastoral de los Migrantes, el Papa reafirmó el fuerte deseo que impulsa a muchos habitantes de las zonas deprimidas del planeta a buscar un futuro mejor para sus familias en otros lugares, incluso a riesgo de decepciones y fracasos, causados en gran parte por la crisis económica que en diferentes grados afecta a todos los países del mundo.

El Congreso, a lo largo de tres días, ha estudiado la dinámica de la cooperación y desarrollo, analizando en primer lugar los factores que causan los procesos migratorios, en particular, las desigualdades, pobreza, crecimiento demográfico, creciente necesidad de empleo en ciertos sectores del mercado de trabajo, desastres causados por el cambio climático, guerras y persecuciones, o el anhelo de las generaciones más jóvenes de buscar nuevas oportunidades. Y también ha examinado por un lado, la diversidad de intereses de los estados y las personas que emigran, así como las oportunidades que puedan surgir para ambos.

Efectivamente, observó el Santo Padre, las naciones de acogida obtienen beneficios gracias al trabajo de los emigrantes, que a veces colman la brecha creada por la crisis demográfica o en la producción nacional. A su vez, los países de origen registran una atenuación de la escasez de empleo y sobre todo se benefician de las remesas que los emigrados mandan a casa. Pero estos beneficios conllevan determinados problemas, como el empobrecimiento en los países de origen debido a la pérdida de personas que podrían desarrollar la misma labor en su país, la fragilidad de los menores que crecen sin uno o ambos padres, y el riesgo de ruptura de los matrimonios a causa de las ausencias prolongadas. En cambio, en los países de acogida, hay dificultades de incorporación en los contextos urbanos que ya son problemáticos, y dificultades de integración o de respeto por las convenciones culturales y sociales. En este sentido, los agentes de pastoral desempeñan un valioso papel exhortando al diálogo, acogida y legalidad, o mediación en el lugar de llegada, así como manteniendo la proximidad con las familias y jóvenes cuyos padres han emigrado con el fin de mitigar los efectos negativos de su ausencia.

Pero las implicaciones de la solicitud pastoral de la Iglesia en este ámbito van más allá, quiere que se escuche su voz porque la comunidad cristiana, se esfuerza continuamente en acoger al emigrante y compartir con él los dones de Dios, especialmente el de la fe. Además, promueve proyectos de evangelización y acompañamiento, empezando por el país de origen, a través de los países de tránsito y hasta el país de acogida, con especial atención a atender sus necesidades espirituales a través de la catequesis, liturgia y celebración de los sacramentos.

Por desgracia, recordó el sumo pontífice, a menudo se viven situaciones de frustración, desesperación y soledad, o  marginación. Y es aquí donde hay que dar esperanza elaborando programas de formación y sensibilización, levantando la voz en defensa de los derechos humanos, proporcionando asistencia, incluida la material y sin excepciones, para que todos sean tratados con dignidad. Por eso, es importante adoptar una perspectiva integral, en lugar de ver sólo un problema que resolver. Esto requiere que se establezcan en todos niveles, unos mínimos grados de participación en la vida social. Y todavía es más importante en las comunidades cristianas, en las que nadie es un extraño, y por lo tanto, todo el mundo merece apoyo.

La Iglesia como comunidad de creyentes que reconoce a Jesucristo sin fronteras o límites, se esfuerza por una cultura de la solidaridad, en la que ninguno es inútil o está fuera de lugar. Asimismo, con su propia humanidad, incluso más que con sus valores culturales, amplía el sentido de fraternidad, y al mismo tiempo, con su presencia es recordatorio de la necesidad de erradicar la desigualdad, injusticia u opresión. De esta manera, todos pueden participar en la construcción de una identidad acorde con sociedades más inclusivas y respetuosas.

Por último, el Santo Padre concluyó invocando para los participantes, la protección de la Madre de Dios y San José, que también experimentaron la dureza del exilio en Egipto.

Continuación …

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