La teoría del equilibrio ecológico
En multitud de ocasiones hemos podido oir que la ciencia del siglo XXI ha logrado desvelar uno de sus grandes misterios, el mapa del genoma humano, pero en muchas de las discusiones suscitadas entre expertos se ha omitido el componente prototípico del fenoma. Este concepto básico forma parte inherente de la naturaleza humana junto al genotipo. Asimismo, muchos defensores de la teoría de la evolución se han basado en la ocurrencia de mutaciones genéticas en la cadena evolutiva por ensayo y error, obviando la intervención de factores ambientales o fenotípicos.
Venimos a realizar estas afirmaciones porque a lo largo de la historia, sobre todo a raiz de la típica controversia entre evolucionistas y creacionistas, también se ha producido al mismo tiempo que esta dicotomía, la confrontación entre darwinistas y lamarckianos. No obstante, se ha denostado hasta tal punto la teoría ambientalista de J.B. Lamarck, que se le ha llegado a considerar artífice de una quimera científica, imponiéndose finalmente la teoría evolucionista.
Sin embargo, atendiendo al concepto de genoma y fenoma, podemos demostrar que el lamarckismo no anda tan desencaminado cuando entiende que la influencia del entorno, es causa de transformaciones que experimentan los genes en el organismo de los seres vivos, de aquí la importancia que adquieren las diferencias en cuanto a fenotipo en el género humano. Por ejemplo, si con los conocimientos adquiridos de las ciencias ambientales que han tenido su máximo desarrollo desde finales del siglo XX, se ha podido determinar que los isótopos radioactivos provocan modificaciones o distintas manifestaciones, así como alteraciones cromosómicas, si se superan determinados niveles, es decir, no mantienen la teoría del equilibrio entre valores umbrales por efectos bioacumulativos en la cadena trófica, por tanto, es lógico afirmar que existen desencadenantes ambientales entendidos como mutantes genéticos, que provocan aquellos cambios que muchos científicos a escala evolutiva han seguido considerando como casuísticos.
Por estas razones, defendemos la teoría ambiental o lamarckiana, por su certeza al afirmar que el medio ambiente causa incidencia en la evolución, porque la combinación entre el determinismo genético propio de la teoría de G. Mendel, padre de la genética, y la influencia ambiental, tal y como la entiende el padre de la biología, J.B. Lamarck, son conjuntamente más coherentes, que la teoría de la evolución u origen de las especies de Ch. Darwin y de la selección natural por azar y necesidad en J. Monod.
En definitiva, desde el principio de la creación según la teoría de G. Lemaitre o de la explosión primigenia que desplazó a la teoría geoestacionaria en física teórica, las denominadas condiciones ambientales han sido decisivas desde su misma existencia para propiciar el origen de la vida y el hombre en el universo. Asimismo, y de este modo en la actualidad, combinando creacionismo y ambientalismo, se impone el diseño inteligente con la teoría general de sistemas dinámicos de L. Von Bertalanffy o del orden de D. Bohm, frente a un desfasado evolucionismo basado en la teoría del caos.
La necesidad de simbiosis entre el ser humano y la naturaleza como factor de supervivencia.
De aquí procede y con estos precedentes la teoría del equilibrio, que coincide en cierta manera con la teoría del feed-back positivo y negativo de E. Goffman y de la primera generación cibernética, que trata de estudiar y mantener dentro de unos márgenes razonables los factores reguladores de los sistemas. Sin embargo, en derivaciones posteriores de la segunda generación cibernética se formulan y plantean modelos estimativos en función de otras teorías, como las inspiradas por T. Malthus, este es el caso de los trabajos de D. Meadows y J. Randers, que teorizan más allá de los límites del crecimiento fuera de los parámetros del sistema, en un modelo que no aporta respuestas al problema de los desequilibrios.
En este aspecto, más elaborada y posterior, aparecerá la teoría de J. Lovelock y L. Margulys, por la cual se afirmará que el sistema a nivel planetario dispone de mecanismos de regulación para sus propios desequilibrios, hipotésis con la que tampoco coincidimos ya que parte del mismo supuesto que la anterior, pues como decimos, hipotetiza sobre parámetros sin aportar soluciones al sistema que fracasa cuando no tiene posible regulación, está condenado a su destrucción, entra en una espiral de procesos que conllevan a su desaparición, resulta irreversible a partir de ciertos umbrales, y es imposible un reequilibrio para revertir su situación.
Recurrimos para explicar esta situación, al mismo modelo propuesto anteriormente sobre los efectos de la radioactividad, siendo posible regular el equilibrio para evitar las cosecuencias de largas y prolongadas exposiciones si los organismos vivos se mantienen entre determinados valores límite, a partir de los cuales y superados, es imposible su recuperación. Por esta razón, de aquí proviene el planteamiento de la teoría del equilibrio ecológico entre la energía exosomática y endosomática que defendemos y no coincide con las elaboraciones posteriores de la teoría cibernética en su segunda generación porque esta última en su concepción se basa en hipótesis que no aportan respuesta a los incrementos de contaminación y aumentos de población. Ciertamente, estaríamos más de acuerdo con nuestros propios modelos teóricos y prácticos, siendo estos un verdadero referente del paradigma holístico, ecológico o sistémico en la ciencia moderna, que nos sirven para explicar en profundidad y en situaciones reales el estado de aquellos sistemas metabólicos asimilables a organismos vivos que necesitan un aporte exosomático proporcionado entre determinados flujos o límites umbrales con capacidad para sus procesos endosomáticos anabólicos y catabólicos de subsistencia, que pueden entrar en desequilibrio por causa de problemas ambientales que hay que reconducir para evitar su crisis ecológica, es decir, nos encontraríamos ante un modelo variable que sin salirnos del sistema y por homeostasis crece de modo exponencial y al mismo tiempo se equilibra a si mismo.
Por esta razón, es de suponer por tales argumentos que son pues los efectos nocivos de las actividades antrópicas el verdadero problema a afrontar por la humanidad y no su crecimiento, puesto que lógicamente el aumento de población es un parámetro admitido y asumido por los sistemas dinámicos, ordenados, en continuo cambio o transformación, que admiten un mayor volumen en su dimensión y de los cuales es posible su gestión mediante recursos renovables de energía para su producción, pero no ocurre lo mismo, si se sobrepasan los niveles de tolerancia y polución derivados de los procesos antrópicos del planeta y que en su perjuicio hacen entrar en colapso el equilibrio ecológico, provocando el fallo del sistema y haciendo imposible la simbiosis entre el ser humano y la naturaleza, condición indispensable para su supervivencia.
No obstante, contrariamente a otros modelos teóricos, consideramos la importancia que adquiere el factor demográfico como elemento que asume el sistema como indicador de su estado junto a la utilización de fuentes inagotables de energía con el fin de mantener su equilibrio. De este modo, no se entiende como en el modelo de D. Meadows & J. Randers que el aumento poblacional sea un problema, sino todo lo contrario, es una condición necesaria para que el crecimiento y uso de energías limpias o alternativas se desarrollen de modo simultáneo. Y asimismo, no se entiende al índice de población regulado en función de otras variables como en la hipótesis de J. Lovelock & L. Margulys sino que supone el factor por excelencia, puesto que precisamente este último es el parámetro de desarrollo por antonomasia que resulta condición indispensable para equilibrar el ecosistema.
De modo ejemplar, la propuesta de J. Amenós y C. Martínez sobre un método de intervención con placas solares, térmicas y fotovoltaicas, que sigue las directrices señaladas sobre la teoría del equilibrio ecológico entre la energía exosomática y endosomática aportando soluciones que sustituyen la producción energética contaminante por energía límpia precisamente en aquellas zonas de riesgo por contaminantes atmosféricos derivados de procesos industriales destinados a la obtención de energía a partir de combustibles fósiles que son una de las principales causas de desestabilización en focos importantes de población.
Referencias bibliográficas.
Amenós, J.M. El Vaticano y Georges Lemaitre. El origen del universo y la hipótesis antrópica. Comunicación de las VIII Jornadas de Diálogo Filosófico (12 al 14 septiembre 2011) organizadas por la revista Diálogo Filosófico, el Instituto de Pensamiento Iberoamericano, la Facultad de Filosofía, así como de Ciencias Humanas y Sociales de la Universidad Pontificia de Salamanca (España). En Amenós, J.M., del Pino, J. y Martínez, C. (2011). Universo y Energía. Issuu Inc. California (EE.UU.) & Bubok Publishing S.L. Madrid (España).
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