La calumnia destruye

2013-04-16 L’Osservatore Romano.

La calumnia  destruye la obra de Dios, porque nace del odio. Es hija del «padre de la mentira» y quiere aniquilar al hombre, alejándolo de Dios. La calumnia es una brisa, cantaba Basilio en el «Barbero de Sevilla», para el Papa Francisco la calumnia es un fuerte viento. Lo dijo el lunes 15 de abril por la mañana durante la habitual misa celebrada en la capilla de la  Domus Sanctae Marthae.  Entre los presentes, empleados y responsables de los Servicios de teléfonos y Servicio internet de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, con el padre Fernando Vérgez Alzaga, director de la Dirección de telecomunicaciones de la Gobernación, que concelebró con el Papa, y algunos familiares del cardenal argentino Eduardo Francisco Pironio, fallecido en 1998.

La calumnia es tan antigua como el mundo y de ella ya se encuentra referencia en el Antiguo Testamento. Basta pensar en el episodio de la reina Jezabel con la viña de Nabot, o el de Susana con los dos jueces. Cuando no se podía obtener algo «por un camino justo, un camino santo», se utilizaba la calumnia, que destruye. «Esto nos hace pensar —comentó el  Papa— que todos nosotros somos pecadores. Hemos pecado. Pero la calumnia es otra cosa». Es un pecado, pero es algo más, porque «quiere destruir la obra de Dios y nace del odio. Y quien origina el odio es Satanás». Mentira y calumnia van a la par, porque una tiene necesidad de la otra para seguir adelante. Y no cabe duda, agregó el Pontífice, que «donde está la calumnia está Satanás, precisamente él». El Papa Francisco se inspiró luego en el Salmo 118 de la liturgia del día, para explicar el estado de ánimo del justo calumniado: «Aunque los nobles se sienten a murmurar de mí, tu siervo medita tus decretos; tus preceptos son mi delicia». El justo, en este caso es Esteban, el protomártir, a quien hacía referencia la primera lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles.  Esteban «mira al Señor y obedece la ley». Él es el primero de una larga serie de testigos de Cristo que han colmado la historia de la Iglesia. No sólo en el pasado, sino también en nuestros días hay muchos mártires. «Aquí en Roma —agregó el Santo Padre— tenemos numerosos testimonios de mártires, comenzando por Pedro».

La Iglesia, en efecto, «cuenta con muchos hombres y mujeres que son calumniados, perseguidos, asesinados por odio a Jesús, por odio a la fe». Algunos son asesinados porque «enseñan el catecismo», otros porque «llevan la cruz». La calumnia tiene lugar en muchos países, donde los cristianos son perseguidos. «Son hermanos y hermanas nuestros —subrayó— que hoy sufren, en este tiempo de  mártires. Debemos pensar en esto».

El Pontífice destacó también que el tiempo de los mártires no se ha acabado: también hoy podemos decir, en verdad, que la Iglesia en nuestra época se caracteriza por tener más mártires que en los primeros siglos. Perseguidos por el odio: es precisamente el demonio quien siembra el odio en aquellos que realizan las persecuciones.

Hablando aún de Esteban, el Papa recordó que era uno de los diáconos ordenados por los apóstoles. «Se muestra lleno de gracia y de poder —agregó— y hacía grandes prodigios, signos entre el pueblo, y llevaba adelante el Evangelio. Algunos, entonces, empezaron a discutir con él sobre si Jesús era el Mesías o no». Esa discusión llegó  a ser violenta y quienes «discutían con él no lograban resistir a su poder, sabiduría, y ciencia». ¿Y qué han hecho?, se preguntó el Papa. En lugar de pedirle explicaciones, pasaron a la calumnia para destruirlo. «Como no resultaba la lucha limpia —dijo—, entre hombre buenos, pasaron a la calumnia». Encontraron testigos falsos, que dijeron: «Este individuo no para de hablar contra el lugar santo y la ley de Moisés, contra esto y aquello». Lo mismo habían hecho con Jesús.

En nuestra época caracterizada por «tantas turbulencias espirituales» el Papa invitó a reflexionar sobre el icono medieval de la Virgen que «cubre con su manto al pueblo de Dios». También su primera antífona latina es Sub tuum presidium. «Nosotros pedimos a la Virgen que nos proteja —afirmó—».  Es, en efecto, la madre que cuida a la Iglesia. Y en este tiempo de mártires, odio y persecución, ella es, en cierto sentido, la protagonista de la protección.

 

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