La fe de María en el hijo de Dios

La Virgen María y el niño Jesús(RV).- Entre miles de pañuelos blancos, el Santo Padre acogió a la imagen original de la Virgen de Fátima, en la plaza de San Pedro de Roma, a las 5 h. de la tarde de este sábado. La estatua llegó a la ciudad eterna este mediodía, con motivo de las Jornadas Marianas que se celebran el fin de semana.

Catequesis del Santo Padre.

Queridos hermanos y hermanas :

En este encuentro del Año de la fe dedicado a María, Madre de Cristo y de la Iglesia, Madre nuestra. Su imagen, traída desde Fátima, nos ayuda a sentir su presencia entre nosotros. Es una realidad: María siempre nos lleva a Jesús. Es una mujer de fe, una verdadera creyente. Podemos preguntarnos ¿Cómo es la fe de María?

1. El primer elemento de su fe es éste: La fe de María desata el nudo del pecado (cf. LG, 56). ¿Qué significa esto? Los Padres conciliares han tomado una expresión de san Ireneo que dice así: «El nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe, lo desató la Virgen María por su fe» (Adv. Haer., III, 22, 4).

El «nudo» de la desobediencia, el «nudo» de la incredulidad. Cuando un niño desobedece a su madre o a su padre, podríamos decir que se forma un pequeño «nudo». Esto sucede si el niño actúa dándose cuenta de lo que hace, especialmente si hay de por medio una mentira; en ese momento no se fía de la madre o del padre. Vosotros sabéis, ¡Cuántas veces pasa esto! Entonces, la relación con los padres necesita ser limpiada de esta falta y, de hecho, se pide perdón para que haya de nuevo armonía y confianza. Algo parecido ocurre en nuestras relaciones con Dios. Cuando no lo escuchamos, no seguimos su voluntad, cometemos actos concretos en los que mostramos falta de confianza en él – y esto es pecado –  se forma como un nudo en nuestra interioridad. Estos nudos nos quitan la paz y la serenidad. Son peligrosos, porque varios nudos pueden convertirse en una madeja, que siempre es más doloroso y más difícil de deshacer.

Pero para la misericordia de Dios, lo sabemos, nada es imposible. Hasta los nudos más enredados se deshacen con su gracia. Y María, que con su «sí» ha abierto la puerta a Dios para deshacer el nudo de la antigua desobediencia, es la madre que con paciencia nos lleva a Dios, para que él desate los nudos de nuestra alma con su misericordia de Padre. Cada uno de nosotros tiene algunos y podemos preguntarnos dentro de nuestro corazón: ¿Cuáles son los nudos que hay en mi vida? Todos los nudos del corazón, todos los nudos de la conciencia se pueden aflojar. ¿Pido a María que me ayude a tener confianza, para aflojar, para cambiar en la misericordia de Dios? Ella, mujer de fe, seguro que nos dirá: “Ve adelante, ve donde el Señor: Él te entiende”. Y ella lleva de la mano de María el abrazo del Padre de la misericordia.

2. Segundo elemento: la de fe de María da carne humana a Jesús. Dice el Concilio: «Por su fe y obediencia engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo» (LG, 63). Este es un punto sobre el que los Padres de la Iglesia han insistido mucho: María ha concebido a Jesús en la fe, y después en la carne, cuando ha dicho «sí» al anuncio que Dios le ha dirigido mediante el ángel. ¿Qué quiere decir esto? Que Dios no ha querido hacerse hombre ignorando nuestra libertad, ha querido pasar a través del libre consentimiento de María, a través de su «sí. Le ha preguntado: “¿Estás dispuesta a esto?”. Y ella ha dicho: “sí.”

Pero lo que ha ocurrido en la Virgen Madre de manera única, también nos sucede a nosotros a nivel espiritual cuando acogemos la Palabra de Dios con corazón bueno y sincero y la ponemos en práctica. Es como si Dios adquiriera carne en nosotros. Él viene a habitar en nosotros, porque toma morada en aquellos que cumplen su Palabra. No es fácil entender esto, pero sí, es fácil escucharlo en el corazón.

¿Pensamos que la encarnación de Jesús es sólo algo del pasado, que no nos concierne personalmente? Creer en Jesús significa ofrecerle nuestra carne, con la humildad y el valor de María, para que él pueda seguir habitando en medio de los hombres, sostener a quien es débil y trabajar en la viña del Señor, pensar y hacer proyectos a la luz del Evangelio, y, sobre todo, ofrecerle nuestro corazón para tomar decisiones según la voluntad de Dios. Todo esto acontece gracias a la acción del Espíritu Santo. Y así, somos los instrumentos de Dios porque Jesús actúa en el mundo a través de nosotros Dejémonos guiar por él.

3. El último elemento es la fe de María como camino: El Concilio afirma que María «avanzó en la peregrinación de la fe» (LG, 58). Por eso ella nos precede en esta peregrinación, nos acompaña, nos sostiene.

¿En qué sentido la fe de María ha sido un camino? En el sentido de que toda su vida fue un seguir a su Hijo: Jesús es la vía, es el camino. Progresar en la fe, avanzar en esta peregrinación espiritual, no es sino seguir a Cristo; escucharlo y dejarse guiar por sus palabras; ver cómo se comporta y seguir sus huellas, tener sus mismos sentimientos y actitudes. ¿ Y cuales son los sentimientos y las actitudes de Jesús? humildad, misericordia, cercanía, pero también un firme rechazo de la hipocresía, doblez e idolatría. La vía de Jesús es hasta el final, el sacrificio de la vida, la vía de la cruz. Por eso, el camino de la fe pasa a través de la cruz, y María lo entendió desde el principio, cuando Herodes quiso matar al hijo de Dios recién nacido. Pero después, esta cruz se hizo más pesada, cuando Cristo fue rechazado: María siempre estaba con Él, lo seguía en medio del pueblo, y escuchaba las conversaciones, y odiosidades de los que no querían al Señor. Y esta cruz, ¡ella la ha portado! la fe de María afrontó entonces la incomprensión y el desprecio; y cuando llegó la «hora» de Jesús, es decir la hora de la pasión: su fe fue entonces la lamparilla encendida en plena noche, veló durante el sábado santo. Su llama  clara, estuvo encendida hasta el alba de la Resurrección; y cuando le llegó la noticia de que el sepulcro estaba vacío, su corazón celebró la fe en la muerte y resurrección de Jesucristo. Este es el punto culminante de la Iglesia, el encuentro del hijo y su Madre. ¿Cómo es nuestra fe? La tenemos encendida, como María también en los momentos difíciles, aquellos momentos de oscuridad? Esta tarde, te damos gracias y renovamos nuestra entrega a ti.

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