Consagración a la Madre de Dios

(RV).- El Año de la Fe en Roma vive con intensidad las jornadas marianas del sábado y de hoy. Este domingo por la mañana ante más de cien mil fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro alrededor de la estatua de Nuestra Señora de Fátima, el Papa presidió la Santa Misa. El Obispo de Roma centró su homilía en tres puntos: Dios nos sorprende, pide fidelidad y es nuestra fuerza; y pidió la intercesión de María. Al final de la Misa el Santo Padre leyó el acto de Consagración a Nuestra Señora de Fátima: “Nuestra Señora de Fátima, con renovada gratitud por tu presencia materna, unimos nuestra voz a la de todas las generaciones que te dicen beata”. “Custodia nuestra vida en sus brazos”.

Texto de la homilía del Papa.

En el Salmo hemos recitado: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas” (Sal 97,1). Hoy nos encontramos ante una de esas maravillas del Señor: ¡María! Una criatura humilde y débil como nosotros, elegida para ser Madre de Dios, Madre de su Creador.

Precisamente mirando a María a la luz de las lecturas que hemos escuchado, me gustaría reflexionar con ustedes sobre tres puntos: primero, Dios nos sorprende, segundo, Dios nos pide fidelidad, tercero, Dios es nuestra fuerza.

1. El primero: Dios nos sorprende. La historia de Naamán, jefe del ejército del rey de Aram, es llamativa: para curarse de la lepra se presenta ante el profeta de Dios, Eliseo, que no realiza ritos mágicos, ni le pide cosas extraordinarias, sino únicamente fiarse de Dios y lavarse en el agua del río; y no en uno de los grandes ríos de Damasco, sino en el Jordán. Es un requerimiento que deja a Naamán perplejo, también sorprendido: ¿qué Dios es este que pide algo tan simple? Decide marcharse, pero después da el paso, se baña en el Jordán e inmediatamente queda curado. Dios nos sorprende; precisamente en la pobreza y debilidad, es en la humildad donde se manifiesta y nos salva, cura y fortalece. Sólo pide que sigamos su palabra y nos fiemos de Él.

Ésta es también la experiencia de la Virgen María: ante el anuncio del Ángel, no oculta su asombro. Es el asombro de ver que Dios, para hacerse hombre, la ha elegido precisamente a Ella, una sencilla muchacha de Nazareth, que no vive en los palacios del poder y riqueza, que no ha hecho cosas extraordinarias, pero que está abierta a Dios, se fía de Él, aunque no lo comprenda del todo: “He aquí la esclava el Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Es su respuesta. Dios es sorprendente siempre, rompe nuestros esquemas, y nos dice: Fíate de mí, no tengas miedo, sal de ti mismo y sígueme.

Preguntémonos hoy todos nosotros lo que el Señor nos está pidiendo. ¿Me cierro en mis seguridades materiales, intelectuales, ideológicas? o ¿Dejo entrar a Dios verdaderamente en mi vida?

2. En la lectura de San Pablo que hemos escuchado, el Apóstol se dirige a su discípulo Timoteo diciéndole: Acuérdate de Jesucristo, si perseveramos, reinaremos con Él. Éste es el segundo punto: acordarse siempre de Cristo, y esto es perseverar en la fe: nos pide que le sigamos fielmente. Pensemos cuántas veces nos hemos entusiasmado con una tarea, pero después, ante las primeras dificultades, hemos desistido. Y esto, desgraciadamente, sucede también con nuestras opciones fundamentales, como el matrimonio. La dificultad de ser constantes, fieles a las decisiones tomadas, a los compromisos asumidos. A menudo es fácil decir “sí”, pero después no se consigue ser fieles.

María ha dicho a Dios, un “sí” que ha cambiado su humilde existencia de Nazareth, pero no ha sido el único, más bien ha sido el primero de otros muchos pronunciados en su corazón tanto en los momentos gozosos como en los dolorosos. Hoy, piensen hasta qué punto ha llegado la fidelidad de María a Dios: hasta ver a su Hijo único en la Cruz. La mujer fiel, de pie, destruida de dolor por dentro, pero fiel y fuerte en la fe.

La cultura de lo provisional, de lo relativo mata la vida de la fe. Dios nos pide que le seamos fieles cada día, porque Él siempre es fiel y con su misericordia no se cansa de tendernos la mano para levantarnos, animarnos a retomar la senda, a volver a Él y confesarle nuestra debilidad para que nos dé su fuerza. Es éste el camino definitivo, siempre con el Señor, también en nuestras debilidades. La fe es fidelidad definitiva, como aquella de María.

3. El último punto: Dios es nuestra fuerza. Pienso en los diez leprosos del Evangelio curados por Jesús, salen a su encuentro, se detienen a lo lejos y le dan a gritos: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros” (Lc 17,13). Están enfermos, necesitados de caridad y fuerza, buscan a alguien que los cure. Y Cristo responde liberándolos a todos de su enfermedad. Llama la atención, sin embargo, que solamente uno regrese alabando a Dios y dando gracias. El Señor mismo nos pide dar gloria a Dios por lo que hace por nosotros.

Miremos a María: después de la Anunciación, lo primero que hace es un gesto de caridad hacia su anciana pariente Isabel; y las primeras palabras que pronuncia son: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”, o sea, un cántico de alabanza y acción de gracias a Dios no sólo por lo que ha hecho en Ella, sino por toda la historia de salvación porque es un don de Dios ¿Cuántas veces damos las gracias a quien nos ayuda, se acerca a nosotros, nos acompaña en la vida?

Continuemos la Eucaristía invocando la intercesión de María para que nos ayude a dejarnos sorprender por Dios sin oponer resistencia, a ser hijos fieles cada día, a alabarlo y darle gracias porque Él es nuestra fuerza. Amén.

Saludos del Papa.

Al término de la Eucaristía y antes del rezo mariano del Ángelus, Francisco I saludó a los fieles y peregrinos recordando en primer lugar que hoy en Tarragona, ha tenido lugar la mayor beatificación de la historia : 522 personas asesinadas por odio a la fe durante la Guerra Civil española, en los años treinta del siglo XX. Alabemos al Señor por estos valientes testigos suyos, y por su intercesión, supliquémosle que libere al mundo de toda violencia.

Su Santidad, a continuación, daba las gracias a todos los que llegaron en gran número a Roma, desde Italia, y otras partes del mundo para participar a la celebración de la fe, dedicada a María nuestra Madre. Y saludó a un grupo de panameños  confiándolos a la protección de Nuestra Señora de la Antigua, celestial patrona de esa Nación.

Asimismo, el sumo pontífice saludó a los componentes de la Orquesta Internacional de la Paz, y la Asociación Nacional italiana de inválidos del trabajo y mutilados. Finalmente, el Sucesor de Pedro se refirió también a los jóvenes de Roma y a los reclusos de la prisión en Castrovillari.

(RC y ER – RV)

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