Ciudad del Vaticano, 27 febrero 2014 (VIS).- Esta mañana en la Sala Bolonia del Palacio Apostólico, el Papa ha presidido la reunión de la Congregación para los Obispos, y ha dirigido a los presentes un discurso acerca de su misión, de los criterios que debe presidir la elección de un obispo, así como de las características que éstos deben reunir y su tarea con los fieles que les han sido confiados, exhortando al final a todos a la búsqueda de pastores aptos para ese ministerio, con la seguridad de que Cristo no abandona nunca a su Iglesia. Ofrecemos a continuación extractos del discurso.
1.- Lo esencial en la misión de la Congregación.
En la celebración de la ordenación de un obispo la Iglesia reunida, después de invocar al Espíritu Santo pide que sea ordenado el candidato presentado. El que preside pregunta entonces: ¿Tenéis el mandato? … Esta congregación existe para ayudar a escribir ese mandato que después resonará en tantas Iglesias y llevará alegría o esperanza al Pueblo Santo de Dios. Esta congregación existe para asegurarse de que el nombre del elegido haya sido, ante todo, pronunciado por el Señor. El Pueblo santo de Dios sigue exclamando : necesitamos alguien con amplitud de corazón, nos hace falta alguien que sepa elevarse a Dios para conducirnos hacia Él. No tenemos que perder nunca de vista las necesidades de las iglesias particulares a las que tenemos que atender. Nuestro reto es entrar en la perspectiva de Cristo teniendo en cuenta sus singularidades.
2.- El horizonte de Dios determina la misión de la congregación.
Para elegir a esos ministros todos necesitamos elevarnos por encima de nuestras eventuales preferencias, simpatías, pertenencias o tendencias para entrar en la amplitud del horizonte de Dios. No condicionados por el miedo, sino como pastores dotados de parresia, capaces de asegurar que en el mundo hay un sacramento de unidad y por lo tanto la humanidad no está destinada al abandono y el desamparo. A la hora de firmar el nombramiento de cada obispo hay que sentir la autoridad de vuestro discernimiento y la grandeza de horizontes con que madura vuestro consejo. Por eso el espíritu que preside vuestros trabajos no podrá ser otro que ese humilde, silencioso y laborioso proceso desarrollado bajo la luz que viene de las alturas. Profesionalidad, servicio y santidad de vida : si nos apartamos de este trinomio abandonamos la grandeza a la que estamos llamados.
3.- La Iglesia apostólica como fuente.
La altura de la Iglesia se encuentra siempre en sus fundamentos. El mañana vive siempre en sus orígenes. Sabemos que el Colegio Episcopal, en el cual mediante el Sacramento se integrarán los obispos, sucede al Colegio Apostólico. El mundo necesita saber que esta sucesión no se ha interrumpido. Las personas ya pasan con sufrimiento por la experiencia de tantas roturas y necesitan encontrar ese permanecer indeleble de la gracia del principio.
4.- El obispo como testigo del Resucitado.
Analicemos el momento en que la Iglesia apostólica debe recomponer el Colegio de los Doce tras la traición de Judas. Sin estos la plenitud del Espíritu no puede existir. Hay que buscar al sucesor entre los que han seguido desde el principio el recorrido de Jesús y ahora puede convertirse en un testigo de la resurrección. Hay que seleccionar entre los seguidores a los testigos del Resucitado. También para nosotros ese es el criterio unificador : el obispo es aquel que sabe hacer actual todo lo que acaeció a Cristo y sobre todo sabe hacerse no un testigo aislado sino junto con la comunidad cristiana. Quiero subrayar que la renuncia y el sacrificio son inherentes a la misión episcopal.
El episcopado no es para uno mismo, sino para los demás, sobre todo para aquellos que según el mundo son excluídos. Por lo tanto, necesitamos a alguien que sobresalga por su integridad y asegure la capacidad de relaciones para que no proyecte sobre los otros sus carencias y se convierta en factor de inestabilidad, por eso, su preparación cultural le ha de permitir dialogar con las culturas, y su ortodoxia o fidelidad a la verdad ha de ser completa, así su custodia hará de él un pilar y punto de referencia, su transparencia y desapego a la hora de administrar los bienes de la comunidad le otorgarán autoridad y la estima de todos. Todas esas dotes imprescindibles deben ser, sin embargo, una declinación del testimonio central del Resucitado, subordinadas a este compromiso prioritario.
5.- La soberanía de Dios, autor de la elección.
Volvamos al texto apostólico. Después del fatigoso discernimiento, los apóstoles rezan. Las decisiones no pueden estar condicionadas por pretensiones, eventuales grupos, o hegemonías. Para garantizar esa soberanía existen actitudes fundamentales, la propia conciencia ante Dios y la colegialidad. No el arbitrio sino el discernimiento conjunto, donde cada uno aporta con humildad y honradez su pertenencia al Señor.
6.- Obispos kerigmáticos.
Dado que la fe procede del anuncio necesitamos obispos kerigmáticos, custodios de la doctrina, con la oferta de la libertad que da el Evangelio, sembradores humildes y confiados de la verdad que saben que cada vez les es nuevamente confiada y que se fían de su potencia, que sean pacientes y sepan separar la cizaña.
7.- Obispos orantes.
El obispo ha de ser persona de oración, la misma parresia que debe tener en el anuncio de la Palabra, debe tenerla al orar, tratando con el Señor, el bien y salvación de su pueblo, hasta el lugar que Él le indica. Y esto vale también para la paciencia apostólica. El obispo debe ser paciente, buscando y dejándose encontrar.
8.- Obispos pastores.
Sean pastores cercanos a la gente, humildes y pacientes, sean testimonio de la pobreza evangélica, con libertad, sencillez y austeridad de vida, capaces de vigilar a quienes les serán confiados, es decir, de preocuparse por todo lo que mantiene unida a la comunidad. La Iglesia necesita pastores auténticos. Observemos el testamento del apóstol Pablo. Él los confía a la gracia que tiene el poder de edificar y conceder la herencia espiritual. Por lo tanto, sean siervos de la Palabra de Dios. Solo así es posible obtener la santificación de las almas. A cuantos se atormentan con la pregunta sobre su heredad, la respuesta de Pablo es su santidad, y así permanece.
El Concilio Vaticano II afirma que a los obispos se les confía el oficio pastoral, o sea el cuidado habitual y cotidiano de sus fieles. En nuestra época lo habitual y cotidiano se asocia a menudo a la rutina y el aburrimiento. Por eso, con frecuencia, se intenta escapar permanentemente hacia otro lugar. Desgraciadamente, tampoco en la Iglesia estamos exentos de este peligro. En este tiempo de encuentros y congresos es muy actual el decreto de residencia del Concilio de Trento y está bien que la Congregación de los Obispos lo trate al respecto. El pueblo santo necesita encontrar a su pastor, y si éste no está sólidamente anclado en Cristo, estará continuamente a merced de lo ajeno, en búsqueda de compensaciones y no ofrecerá ningún refugio.
Conclusión.
¿Dónde podemos encontrar gente así? El profeta Samuel en búsqueda del sucesor de Saúl, encuentra a David. También nosotros debemos escrutar los candidatos intentando presentar al Señor al ungido. Dios no abandona a su Iglesia. Quizás somos nosotros los que no vamos bastante santos para encontrarlo. Quizás nos hace falta la advertencia de Samuel : No nos sentaremos a la mesa antes de que Él venga. Con esa santa inquietud quisiera que viviera esta congregación.

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