Pablo VI y la reforma de la Curia Romana

Pablo VI2013-09-28 L’Osservatore Romano.

El Concilio es muy claro : pide una auténtica reforma de la Curia y esto emerge en todos los niveles de su tarea. Ya en la fase previa a la preparación, en las respuestas de los obispados llegadas de todo el mundo, este tema se presenta con frecuencia. Se insiste en la reorganización de algunos dicasterios – por ejemplo el Santo Oficio – con una mayor internacionalización, disminución del número de obispos titulares y el posible aumento de los laicos, en una mejor articulación de las funciones de los nuncios, en la naturaleza del poder propia de los dicasterios romanos.

Es necesario añadir que nadie niega el notable trabajo desarrollado durante la preparación del Vaticano II y tampoco los servicios realizados en el curso de las sesiones. Pablo VI observa todo ello como buen conocedor de esta situación en la que pasó buena parte de su vida y que pudo valorar con un cierto alejamiento cuando era Arzobispo de Milán. Todo ello le permite tener una visión completa de su funcionamiento : le sirvió y sacó de ella la mejor parte.

Por lo tanto, es perfectamente capaz de discernir lo que es eficaz y precario. Tras cuatro años de asidua labor dirigido personalmente por el Papa, la comisión cardenalicia emite sus conclusiones, y debemos señalar que a esta renovación le precede la creación del Sínodo de los obispos, el 15 de septiembre del 1965 (con el Motu proprio Apostolica sollicitudo), decisión sin precedentes en la Iglesia romana.

La reforma es progresiva. El Santo Padre quiso realizar lo deseado por el Concilio. La Curia asume una fisonomía más internacional, como si prolongase la experiencia universal de los años conciliares, Pablo VI es contado entre los pontífices que renovaron este organismo secular, de la misma manera que Sixto V (1588) y Pío X (1908). Aceptó el desafío de reformar una institución en la que trabajó por más de treinta años y de la que conocía sus grandezas y debilidades. La supo hacer avanzar con firmeza, siempre con respeto y consideración, pero sin transigir en lo esencial. Se demostró un pastor notable que siempre buscó, con libertad interior y paciencia, el mayor consenso posible. No sólo acompañó los trabajos conciliares sino que también los puso en práctica con lucidez personal y sentido de unidad, lo que le permitió encontrar el mejor momento para actuar.

Si la Curia colabora en el gobierno de la Iglesia universal, en este sentido, debe saber cuestionarse de nuevo, con el fin de desarrollar mejor su servicio en función de las necesidades de los tiempos y lugares.

Philippe Levillain.

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