El Santo Padre a las familias del mundo

(RV).- Esta tarde en el Vaticano comenzó el gran evento de las familias del mundo, para vivir la fe, que culminará mañana domingo con la misa del Obispo de Roma. El Santo Padre en el marco de la peregrinación a la tumba de San Pedro, bendijo a los presentes, unas ciento cincuenta mil personas que ha participado y llegado a la ciudad eterna desde 70 países de los cinco continentes.

Francisco I les dijo que han venido de diversas partes para profesar sus creencias como pueblo convocado por el Señor que nos sostiene, y saludando a todos aquellos que se unieron a este evento en la Plaza de San Pedro a través de los medios de comunicación, invitó a que todas las familias permanezcan siempre unidas a Jesús, y lleven el testimonio del Evangelio.

Agradeciendo su presencia les rogó que todos juntos, hagamos nuestras las promesas de San Pedro, y concluyó el acto invocando la bendición Dios, y pidiendo que la Virgen María, los acompañe.

(María Fernanda Bernasconi – RV)

Texto de las palabras del Papa.

Queridas Familias : ¡Buenas tardes y bienvenidos a Roma!

Vinieron como peregrinos desde tantas partes del mundo para poder profesar su fe delante del Sepulcro de San Pedro. Esta plaza los recibe. Somos un solo pueblo con una sola alma, convocados por el Señor que nos sostiene. Saludo a todas las familias que se unen por la televisión e internet.

Escucho sus experiencias, las historias que han contado. He visto tantos niños y abuelos. He sentido el dolor de tantas familias que viven en situación de pobreza y guerra. Escuché a los jóvenes que quieren casarse, a pesar de miles de dificultades, y entonces nos preguntamos : ¿Cómo es posible hoy vivir la fe en familia? Hay una palabra de Jesús en el Evangelio de Mateo que nos viene al encuentro: “Vengan a mí, todos ustedes que están cansados y agobiados y yo los aliviaré”. Frecuentemente la vida es agotadora. También, tantas veces trágica. Lo hemos escuchado recientemente.

El trabajo es un esfuerzo, una fatiga. Pero aquello que pesa más en la vida es no ser recibidos. A veces, también en familia, entre marido y mujer, padres e hijos, se hace más pesado, intolerable. Pienso en los ancianos solos, en aquellos que no reciben ayuda para sostener a quien en casa tiene necesidad de atención especial y cuidados. El Señor conoce nuestras fatigas, los pesos de nuestra vida, y nos invita a ir hacia Él.

La segunda palabra la tomo del rito del matrimonio. Quien se casa, en el sacramento, dice: “prometo serte fiel siempre, en la alegría y el dolor, en la salud y enfermedad, amarte y honrarte todos los días de mi vida”. Los esposos en ese momento no saben qué ocurrirá, qué alegrías y dolores les esperan. Parten como Abraham en camino juntos, confiándose a Dios, sin hacer caso a esta cultura de lo provisorio, que nos rompe la vida en pedazos.

Con esta confianza en la fidelidad se afronta todo, sin miedo, con responsabilidad. Los cristianos no son ingenuos, conocen los problemas y peligros de la vida, pero no tienen temor de asumir su responsabilidad ante Cristo y la sociedad. Sin escaparse, ni aislarse, tampoco renunciando a la misión de formar una familia y traer al mundo a sus hijos. Es difícil, por eso es necesaria la gracia que nos da el Sacramento, para hacernos fuertes, valientes y poder ir hacia delante.

Los cristianos se casan porque son conscientes de tener necesidad de estar unidos entre ellos y para cumplir como padres. En su matrimonio rezan unidos y con la comunidad. Un largo viaje que no es por partes, que dura toda la vida, y necesita de la ayuda y protección de Jesucristo. Para llevar adelante una familia es necesario : respeto, gracia y misericordia. Pedimos respeto para no ser invasivos, confiamos en la gracia del amor conyugal, y somos misericordiosos para no ofender al otro. Esta es la base de la paz en la familia. En la vida experimentamos muchos momentos. El descanso, los almuerzos, las salidas al parque, campo, la visita a los abuelos, a una persona enferma, en los que no debe faltar lo esencial del sacramento.

Y para terminar, aquí, delante de nosotros, éste ícono de la presentación de Jesús al Templo. Contemplémoslo, y hagámonos ayudar por esta imagen. Como todos ustedes, también los protagonistas de la escena tienen su camino. María y José se pusieron en marcha, peregrinos a Jerusalén, en obediencia a la Ley del Señor. También el viejo Simeón, y Ana, muy anciana, llegan al Templo, guiados por el Espíritu Santo y que reconocen, alaban y anuncian al Mesías, el Salvador de Israel, su redentor. Nos muestra este encuentro de tres generaciones, cuya herencia de la fe está depositada en los más ancianos, en su sabiduría, porque un pueblo muere cuando no se les escucha.

María y José son la familia santificada por la presencia del Señor, que es el cumplimiento de todas las promesas, está insertada en la historia, que no puede existir sin las generaciones precedentes. Por eso hoy, los niños aprenden de los abuelos, y ustedes son parte del pueblo de Dios.

Caminen juntos unidos a Cristo y lleven a todos su testimonio. Les agradezco que hayan venido. Hagamos nuestras las palabras de San Pedro que nos dan fuerza en los momentos difíciles. “Señor, ¿a quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”. Que Dios los bendiga y María, nuestra Madre, los custodie y acompañe.

(Traducción : Mariana Puebla – RV)

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