Cristo, agua viva que colma los anhelos de la humanidad

(RV).- En su catequesis del miércoles 8, Papa Francisco dijo que el Espíritu Santo es la fuente inagotable de vida. “Es «el agua viva» que Jesús prometió a la Samaritana para saciar para siempre la sed, los anhelos más altos y  profundos del corazón humano” y pidió: “que la relación filial con Dios, por obra del Espíritu Santo, nos haga ver a los demás como hermanos en Cristo”.

jesuita Guillermo Ortiz – RV

Texto completo de la catequesis del Papa.

Queridos hermanos y hermanas :

El tiempo pascual que estamos viviendo con gozo, guiados por la liturgia de la Iglesia, es por excelencia el tiempo del Espíritu Santo donado «sin medida» (cfr Jn 3,34) por Jesús crucificado y resucitado. Este tiempo de gracia concluye con la fiesta de Pentecostés, en la que la Iglesia revive la efusión del Espíritu sobre María y los Apóstoles reunidos en oración en el Cenáculo.

En el Credo profesamos con fe : «Creo en el Espíritu Santo que es Señor y dador de  vida». La primera verdad a la que nos adherimos es que el Espíritu Santo es Kyrios, Señor. Ello significa que Él es verdaderamente Dios, sujeto, por parte nuestra, del mismo acto de adoración y glorificación que dirigimos al Padre e Hijo. De hecho, el Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad; es el gran don de Cristo Resucitado que abre nuestra mente y corazón a la fe en Jesús como el Hijo enviado por el Padre y que nos guía a la amistad y comunión con Dios.

Pero quisiera sobre todo detenerme en el hecho que el Espíritu Santo es fuente inagotable de vida. El hombre de todos los tiempos y lugares desea una vida plena y bella, justa y buena, que no esté amenazada por la muerte, sino que pueda madurar y crecer hasta su plenitud. El hombre es como un caminante que, atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva, que fluye fresca, capaz de refrescar en profundidad el deseo profundo de luz, amor, belleza y paz. ¡Todos sentimos este deseo! Y Jesús nos da esta agua viva, el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús vierte en nuestros corazones. «yo he venido para que tengan Vida, y la tengan en abundancia»  (Jn 10,10).

Cristo promete a la Samaritana donar un “agua viva”, con abundancia y para siempre, a todos aquellos que lo reconocen como el Hijo enviado por el Padre para salvarnos (cfr Jn 4, 5-26; 3,17). Jesús ha venido a donarnos esta “agua viva” que es el espíritu Santo, para que nuestra vida sea guiada, animada y nutrida por Dios. Cuando decimos que el cristiano es un hombre espiritual nos referimos justamente a esto, que piensa y actúa según Dios. Y nosotros, ¿pensamos y actuamos así? O ¿nos dejamos guiar por tantas otras cosas?

Sabemos que el agua es esencial para la vida; sin ella se muere; hace fecunda la tierra. En la Carta a los Romanos encontramos esta expresión: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (5,5). El “agua viva”, el Espíritu Santo, don del Resucitado que toma morada en nosotros, nos purifica, ilumina, renueva, trasforma porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios. Por esto, el Apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano está animada por los frutos de su Hijo Unigénito, que son «amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia» (Gal 5,22-23). En otro pasaje de la Carta a los Romanos, que hemos recordado varias veces, lo sintetiza : Todos los que son conducidos por el Espíritu Santo somos hijos de Dios. Y ustedes no lo han recibido para ser esclavos y volver a caer en el temor, sino para llamar a Dios ‘Padre’. Su mismo espíritu se une al nuestro para dar testimonio de que somos sus hijos adoptivos, coherederos en Cristo, para ser glorificados (8,14-17).

Este es el don precioso que el Espíritu Santo trae a nuestros corazones: la vida misma de Dios, de verdaderos hijos, una relación de confidencia, libertad y confianza en su misericorda, que tiene también como efecto una mirada nueva hacia los demás, cercanos y lejanos, vistos siempre como hermano/as en Jesús a los cuales hay que respetar y amar, nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir y comprender la vida. He aquí por qué el agua viva es el Espíritu Santo y nos sacia, porque nos dice que somos amados por Dios como hijos, y que con su gracia podemos vivir como Jesús. Dejémonos guiar por Él, que nos hable al corazón. Dios que es Padre nos espera siempre, vayamos adelante por este camino de la misericordia, y el perdón. ¡Gracias!

(CdM, RC – RV)

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