Cristo nos salva del pecado

(RV).- La única forma de recibir realmente el don de la salvación de Cristo es reconocerse con sinceridad, débiles y pecadores, evitando toda forma de autojustificación. Lo afirmó el Papa Francisco durante la homilía de la Misa de esta mañana, celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Este viernes con el Pontífice concelebraron el prefecto y el secretario de la Congregación para el Clero, cardenal Mauro Piacenza y el arzobispo Celso Morga Iruzubieta – acompañados por sacerdotes y personal del dicasterio – además del cardenal Giuseppe Bertello y el obispo de Humahuaca, Argentina, Pedro Olmedo Rivero, y mons. Benjamín J. Almoneda, obispo emérito de Daet, Filipinas.

Consciente de ser un frágil vaso de barro, sin embargo custodio de un gran tesoro que le ha sido donado de forma totalmente gratuita. Éste es el seguidor de Cristo ante su Señor. El Santo Padre reflexionó sobre la Carta en la que Pablo explica a los cristianos de Corinto que, para que sea claro que la “extraordinaria potencia” de la fe es obra de Dios, debe ser derramada sobre hombres pecadores, en “vasos de barro”. Precisamente de la relación “entre la gracia y la potencia de Jesucristo” y nosotros pobres pecadores, brota, observó el Papa, “el diálogo de la salvación”. Y sin embargo, este diálogo debe evitar todo tipo de autojustificación, “debe ser como somos nosotros”:

Pablo, ha hablado tantas veces de sus pecados. Les digo esto: yo que he sido un perseguidor de la Iglesia … Vuelve siempre a su memoria de pecado. Se siente pecador también ahora, una espina de Satanás en su carne. Nos hace ver su propia debilidad que acoge a Jesucristo y dialoga con Él.

La clave, indicó el Papa, es la humildad. El mismo Pablo lo demuestra. Él reconoce públicamente, dijo Francisco I, todo aquello que ha cumplido como Apóstol enviado por Jesús. Pero no por esto se esconde de aquello que el Pontífice define como “su prontuario”, o sea, sus pecados.

También, éste es el modelo de la humildad de los sacerdotes. Si sólo nos gloriamos de nuestro currículo y nada más, terminaremos equivocados. No podemos anunciar al Salvador porque en el fondo no lo sentimos. Debemos ser humildes, con nombre y apellido. La humildad del sacerdote, del cristiano es concreta, afirmó el Obispo de Roma, para quien, no puede hacer confesión a sí mismo y tampoco a la Iglesia, la primera cosa que no funciona es el no entender  la salvación que nos trae Jesús.

Hermano/as, nosotros tenemos un tesoro: éste de Jesucristo. Pero, la cruz de la que se jactan, la tenemos en un vaso de barro por los pecados, sin embargo, el Señor que no nos ha salvado con una idea o programa intelectual sino en lo concreto, se ha encarnado.

También la Samaritana que encuentra a Jesús, cuenta primero su pecado y luego de haber encontrado a Cristo se comporta de forma similar a Pablo. Yo creo, observó el Santo Padre, que esta mujer está en el cielo, porque, como dice el poeta y escritor italiano Manzoni, jamás vi que el Señor haya iniciado un milagro sin terminarlo bien. A Ella, concluyó el sumo pontífice, pidamos que nos ayude para poder llevar y entender el misterio glorioso de Jesucristo.

(RC – RV)

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