Testimonio del Evangelio de la Vida

(RV).- Con Cristo, digamos siempre sí al amor, a la vida y libertad, alentó el Obispo de Roma, en una multitudinaria celebración de la Jornada Evangelium Vitae, en la Plaza de San Pedro. En la Santa Misa de este gran evento del Año de la fe, el Papa Francisco reiteró su exhortación a la esperanza con el amparo de María.

(CdM – RV)

Texto completo de la homilía del Papa.

Queridos hermanos y hermanas :

En esta celebración con esta Eucaristía, en el Año de la fe, queremos dar gracias al Señor en todas sus diversas manifestaciones, y queremos al mismo tiempo anunciar el Evangelio de la Vida.

A partir de la Palabra de Dios que hemos escuchado, quisiera proponerles tres puntos sencillos de meditación para nuestra fe : en primer lugar, la Biblia nos revela al Dios vivo; en segundo lugar, Jesucristo da vida, y el Espíritu Santo nos mantiene; tercero, seguir el camino de Dios, y no los ídolos que conducen a la muerte.

1. La primera lectura, tomada del Libro Segundo de Samuel, nos habla de la vida y muerte. El rey David quiere ocultar que cometió adulterio con la mujer de Urías el hitita, un soldado en su ejército y, para ello, manda ponerle en primera línea para que caiga en la batalla. La Biblia nos muestra el drama humano en toda su realidad, el bien y mal, las pasiones, el pecado y sus consecuencias. Cuando el hombre quiere afirmarse a sí mismo, encerrándose en su propio egoísmo y poniéndose en el puesto de Dios, acaba sembrando la muerte. Y el adulterio del rey David es un ejemplo. El egoísmo conduce a la mentira, con la que trata de engañarse a sí mismo y al prójimo. Pero no se puede engañar a Dios, y hemos escuchado lo que dice el profeta a David: «Has hecho lo que está mal a los ojos de Dios» (cf. 2 S 12,9). Al rey se le pone frente a sus obras de muerte, comprende y pide perdón: «He pecado contra el Señor» (v. 13), y el Dios misericordioso, que siempre nos perdona, le da de nuevo la vida; el profeta le dice: «También el Señor ha perdonado tu pecado, no morirás».

¿Qué imagen tenemos de Dios? Tal vez nos parece un juez severo, como alguien que limita nuestra libertad de vivir. Pero toda la Escritura nos recuerda que Dios es el viviente, y que indica la senda de la vida plena. Pienso en el comienzo del Libro del Génesis : Dios formó al hombre del polvo de la tierra y gracias a su aliento el hombre tiene vida  (cf. 2,7) y lo sostiene en el camino de su existencia terrena. Pienso igualmente en la vocación de Moisés, cuando el Señor se presenta como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, enviándolo al faraón para liberar a su pueblo, y revela su nombre: «Yo soy el que soy», que se hace presente en la historia, libera de la esclavitud, de la muerte. Pienso también en el don de los Diez Mandamientos : una vía que nos indica una vida verdaderamente libre, un himno a Dios.

2. El pasaje evangélico de hoy nos hace dar un paso más. Jesús encuentra a una mujer pecadora durante una comida en casa de un fariseo, suscitando el escándalo de los presentes : Cristo deja que se acerque, e incluso le perdona los pecados (Lc 7,47). El Señor es la encarnación de Dios vivo, ante tantas obras de muerte, el pecado, egoísmo, cerrarse en sí mismos, porque acoge, levanta, anima, perdona y da nuevamente la fuerza para caminar. Vemos en todo el Evangelio cómo Jesús trae gestos y palabras que devuelven la vida. Es la experiencia de la mujer que unge los pies del Señor con perfume : se siente comprendida, y responde con un gesto de amor, se deja tocar por la misericordia de Dios y obtiene el perdón, comienza una vida nueva.

Esta fue también la experiencia del apóstol Pablo, como hemos escuchado en la segunda Lectura : «vivo en la fe del Hijo de Dios, que se entregó por mí» (Ga 2,20). Y ¿quién nos introduce en esta vida? El Espíritu Santo, el don de Cristo resucitado, es él quien nos introduce en la vida divina como verdaderos hijos del Padre. ¿Estamos abiertos al Espíritu? ¿Nos dejamos guiar por él? El cristiano es un hombre espiritual, y esto no significa que sea una persona que vive fuera de la realidad, porque piensa y actúa en la vida cotidiana según Dios. Y eso significa realismo y fecundidad,  sabe cómo medir y evaluar la realidad, y también engendra vida a su alrededor.

3. Dios es el viviente, misericordioso, nos introduce y mantiene en la relación vital de verdaderos hijos del Padre. Pero, con frecuencia – lo sabemos por experiencia – el hombre no acoge el «Evangelio de la vida», sino que se deja guiar por ideologías y lógicas que ponen obstáculos, no respetan, por el egoísmo, propio interés, lucro, poder, placer, y no están dictadas por el amor, la búsqueda del bien del otro. Es la constante ilusión de querer construir la ciudad del hombre sin Dios : una nueva Torre de Babel; pensar que el rechazo del mensaje de Cristo, lleva a la libertad, a la plena realización del hombre. El resultado es que el Dios vivo es sustituido por ídolos humanos y pasajeros, que ofrecen un embriagador momento de libertad, pero que al final son portadores de nuevas formas de esclavitud y muerte. La sabiduría del salmista dice: «Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma es límpida y da luz a los ojos» (Sal 19,9).

Queridos hermanos y hermanas, miremos la ley de Dios, el mensaje del Evangelio, como una vida de libertad. El Dios vivo nos hace libres. Digamos sí al amor y no al egoísmo, digamos sí a la vida y no a la muerte, digamos sí a la libertad y no a la esclavitud de tantos ídolos de nuestro tiempo; en una palabra, digamos sí a Dios, que es amor, vida y libertad, y nunca defrauda (cf. 1 Jn 4,8, Jn 11,25, Jn 8,32). Esta fe nos hace libres y felices. Pidamos a María, Madre de la Vida, que nos ayude a recibir y dar testimonio siempre del «Evangelio de la Vida». Así sea.

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