El Papa a la clase dirigente de Brasil

(RV).- El mediodía del sábado el Papa encontró a la clase dirigente brasileña en el Teatro Municipal de Río de Janeiro. Francisco I, fue recibido a su llegada por la presidenta del Teatro y por la Secretaria de Estado para la Cultura ante cientos de políticos, diplomáticos, exponentes de la sociedad civil, del empresariado, cultura y representantes de las mayores comunidades religiosas.

Discurso del Santo Padre.

Excelencias, Señoras y señores :

Doy gracias a Dios por la oportunidad de encontrar a una representación tan distinguida y cualificada de responsables políticos y diplomáticos, culturales y religiosos, académicos y empresariales de Brasil. Saludo cordialmente a todos y expreso mi reconocimiento. Agradezco a Monseñor Orani Joao y al Señor Walmyr Júnior sus palabras de bienvenida, presentación y testimonio. Veo en ustedes la memoria del camino y de la conciencia de su Patria, la esperanza de que esté siempre abierta a la luz que emana del Evangelio de Jesucristo, para que continúe desarrollándose en el pleno respeto de los principios éticos basados en la trascendencia de la persona.

Memoria del pasado y utopía hacia el futuro, se encuentran en el presente que no es una coyuntura sin historia ni  promesa, sino un momento en el tiempo, un desafío para recoger sabiduría y proyectarla.

Quien tiene un papel de responsabilidad en una nación está llamado a afrontar el futuro «con la mirada tranquila de quien sabe ver la verdad», como decía el pensador brasileño Alceu Amoroso Lima («Nosso tempo», en A vida sobrenatural e o mondo moderno, Río de Janeiro 1956, 106). Quisiera compartir con ustedes tres aspectos de esta mirada calma, serena y sabia : primero, la originalidad de una tradición cultural; segundo, la responsabilidad solidaria para construir el futuro; y tercero, el diálogo constructivo para afrontar el presente.

1. En primer lugar, es de justicia valorar la originalidad dinámica que caracteriza a la cultura brasileña, con su extraordinaria capacidad para integrar elementos diversos. El común sentir de un pueblo, las bases del pensamiento y creatividad, los principios básicos de la vida, los criterios de juicio sobre las prioridades, las normas de actuación, que se fundan, fusionan y crecen en una visión integral del ser humano.

Esta visión del hombre y la vida característica del pueblo brasileño ha recibido también el Evangelio, la fe en Jesucristo, el amor de Dios y al prójimo. Puede fecundar un proceso cultural fiel a la identidad brasileña y a la vez constructor de un mundo mejor para todos, que hace crecer la humanización integral y la cultura del encuentro y relación. Esta es la manera cristiana de promover el bien común. Y aquí convergen la fe y razón, la dimensión religiosa con los diferentes aspectos de la cultura humana : el arte, ciencia, trabajo, literatura … El cristianismo combina trascendencia y encarnación; por la capacidad de revitalizar siempre ante la amenaza de frustración y desencanto que pueden invadir el corazón y propagarse por las calles.

2. Un segundo punto al que quisiera referirme es la responsabilidad social. Esta requiere un cierto tipo de paradigma cultural. Somos responsables de la formación de las nuevas generaciones, ayudarlos a ser capaces y firmes en los valores éticos, que exige la tarea de rehabilitar la política y nos exige una visión humanista de la economía que logre cada vez más y mejor la participación de las personas, evite el elitismo y erradique la pobreza. Que a nadie le falte lo necesario y que se asegure a todos dignidad, fraternidad y solidaridad : éste es el camino propuesto. Ya en la época del profeta Amós era muy fuerte la admonición de Dios: «Venden al justo por dinero, al pobre por un par de sandalias. Oprimen contra el polvo la cabeza de los míseros y tuercen el camino de los indigentes» (Am 2,6-7). Los gritos que piden justicia continúan todavía hoy.

Quien desempeña un papel de guía, ha de tener objetivos concretos y buscar los medios específicos para alcanzarlos, pero también puede existir el peligro de la desilusión, amargura, indiferencia, cuando las expectativas no se cumplen. Apelo a la dinámica que impulsa a ir siempre más allá, a emplear todas las energías y capacidades en favor de las personas para las que se trabaja, aceptando y creando condiciones para descubrir nuevos caminos, entregándose incluso sin ver los resultados, pero manteniendo viva la esperanza. Con esa constancia y coraje que nacen de la aceptación de la propia vocación de dirigente.

Es propio de la dirigencia elegir la más justa de las opciones después de haberlas considerado, a partir de la propia responsabilidad y en interés del bien común; por este camino se va al centro de los males de una sociedad para superarlos con la audacia de acciones valientes y libres. Es nuestra responsabilidad, aunque siempre sea limitada, esa comprensión de la totalidad de la realidad, observando, sopesando, valorando, para tomar decisiones en el momento presente, pero extendiendo la mirada hacia el futuro, reflexionando sobre las consecuencias de las mismas. Quien actúa responsablemente, pone la propia actividad ante los derechos de los demás y el juicio de Dios. Este sentido ético aparece hoy como un desafío histórico sin precedentes. Tenemos que buscarlo, inserirlo en la sociedad. Además de la racionalidad científica y técnica, en la situación actual se impone la vinculación moral con una responsabilidad social y solidaria.

3. Para completar esta reflexión, además del humanismo que respete la cultura original y la responsabilidad solidaria, considero fundamental para afrontar el presente,  el diálogo constructivo, entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible, la capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad. Un país crece cuando dialogan de manera constructiva las diversas riquezas de la cultura popular, universitaria, juvenil, artística y tecnológica, económica, familiar y de los medios de comunicación. Con la democracia que se queda encerrada en la pura lógica o el mero equilibrio de la representación de los intereses establecidos, no es posible imaginar un futuro para la sociedad sino es con una incisiva contribución de la moral. Considero fundamental, que las tradiciones religiosas contribuyan y desempeñen un papel fecundo de fermento en la vida social. La convivencia pacífica entre las diferentes religiones debe ser beneficiada por la laicidad del Estado, que, como no asume como propia ninguna posición confesional, tiene que respetar y valorar la presencia de la dimensión religiosa en la sociedad, favoreciendo sus expresiones concretas.

El único modo de que una persona, familia, sociedad, crezca; la única manera de que la vida de los pueblos avance, es con la cultura de la inclusión, en la que todo el mundo tenga que aportar, y todos puedan recibir a cambio. Esta actitud abierta, disponible, sin prejuicios, la definiría como humildad social que es la que favorece el diálogo, sino todos perdemos. Sólo así puede prosperar el entendimiento y respeto de los derechos entre las culturas y religiones.

Gracias por su atención, tomen estas palabras como expresión de mi preocupación como Pastor de la Iglesia. La hermandad y colaboración para construir un mundo más justo no es una fantasía, sino el resultado de un esfuerzo concertado de todos. Los aliento en este su compromiso por el bien común, que requiere sabiduría, prudencia y generosidad. Los encomiendo al Padre celestial pidiéndole, por la intercesión de Nuestra Señora de Aparecida, que colme con sus dones a cada uno de los presentes, sus familias y comunidades. Y pido a Dios que los bendiga. Muchas gracias.

Después de su discurso, el pontífice saludó personalmente a 20 representantes de las categorías presentes y acabado el encuentro se trasladó al Complejo de San Joaquín, sede del arzobispado de Rio de Janeiro para almorzar con los cardenales y obispos brasileños.

(MP y RC – RV)

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