El sacramento de la confesión en la iglesia

2013-09-17 L’Osservatore Romano.

Francisco I este martes, 17 de septiembre, durante la misa que celebró al inicio de la mañana en la Casa de Santa Marta, comentó el pasaje del Evangelio de Lucas que narra la resurrección del hijo de la viuda de Naín (7, 11-17).

El sumo pontífice describió a Jesús, quien, al ver a la mujer ante el cadáver de su único hijo muerto, “se compadeció”. Y definió el sentimiento de Cristo como “la capacidad de padecer con nosotros, estar cerca de nuestros sufrimientos y hacerlos suyos”. Por lo demás, Él sabía bien qué significaba cuando las madres que se quedaban solas para criar a sus hijos debían confiarse a la ayuda y caridad de los demás. Por eso los preceptos insisten tanto en “ayudar a los huérfanos y viudas”.

El Obispo de Roma se centró después en la figura de la viudedad, a semejanza de una madre “que defiende a los hijos”, justamente como en el Evangelio. Porque, como subrayó el Papa, la Iglesia tiene el valor de la viuda que sabe que debe defender a su hijo. De esta valentía se deriva un segundo elemento, la fuerza, como testimonian otras viudas descritas en las Escrituras, entre ellas, Noemí, bisabuela de David, que no tenía miedo de permanecer sola, o la macabea con siete hijos, que por no renegar de la ley de Dios, fueron martirizados por el tirano.

Sintetizando las propias reflexiones, Su Santidad evidenció que la Iglesia funciona cuando va adelante y hace crecer a sus hijos, les da fortaleza, acompaña hasta la última despedida, para dejarlos en manos de su esposo, Jesucristo.

Y dado que el Sucesor de Pedro ve a “la madre Iglesia en esta viuda que llora”, hay que preguntarse qué hace el Señor para consolarla, pues, concederle su anhelo de resucitar al hijo, diciéndole :  “¡A ti te lo digo, levántate!”. Para el Pontífice son las mismas palabras que dirige al pecador en el sacramento de la confesión, cuando muerto por el pecado resucita a la nueva vida.

El relato concluye con la descripción del joven muerto, que se levanta, empieza a hablar, y el hijo de Dios se lo entrega a su madre. Precisamente como hace con nosotros – observó el Santo Padre – “cuando nos devuelve a la vida”, porque nuestra reconciliación se completa cuando Él nos restituye a nuestra madre. En efecto, no hay otro camino, tanto que es necesario siempre pedir la gracia de confiar en ella, que nos defiende, enseña y hace crecer.

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