La Virgen María es fuente de esperanza

Ciudad del Vaticano, 1 enero 2014 (VIS).- Este miércoles, solemnidad de Santa María Madre de Dios y octava de Navidad, el Santo Padre ha presidido la Misa en la Basílica Vaticana. Hoy también se celebra la XLVII Jornada Mundial de la Paz, cuyo tema es “La fraternidad, fundamento y camino para la paz”.

La primera lectura nos propone una vez más las antiguas palabras de bendición que Dios sugirió a Moisés para que las enseñara a Aarón y a sus hijos: «Que el Señor te bendiga y proteja, haga brillar su rostro sobre ti y muestre su gracia, te descubra su rostro y conceda la paz» (Nm 6,24-25). Es muy significativo escuchar de nuevo esta bendición precisamente al comienzo del nuevo año : ella acompañará nuestro camino durante el tiempo que ahora nos espera. Son palabras de fuerza, valor y esperanza, que tienen su razón de ser precisamente en la bendición de Dios, su ayuda providente que se ha realizado plenamente en una mujer, por haber sido destinada a ser la Madre de Dios. Este es el título principal y esencial de la Virgen María. Es una cualidad, un cometido, que la fe del pueblo cristiano siempre ha experimentado, en su devoción por la madre celestial. Recordemos aquel gran momento de la historia de la Iglesia antigua, el Concilio de Éfeso, en el que fue definida con autoridad la divina maternidad de la Virgen que encontró eco en Roma, donde poco después se construyó la Basílica de Santa María «la Mayor», primer santuario mariano de todo occidente, y en el cual se venera la imagen de la Madre de Dios – la Theotokos – con el título de Salus populi romani.

La Inmaculada Concepción está presente en el camino de fe del pueblo cristiano. «La Iglesia procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen», por eso la sentimos particularmente cercana a nosotros, ha compartido nuestra condición de peregrinos, a veces difícil y oscuro. Estamos unidos de manera indisoluble a María desde el momento en que Jesús, muriendo en la cruz, nos dice : «He ahí a tu madre» (Jn 19,27). Estas palabras tienen un valor de testamento en aquella hora en la que la fe de los discípulos se agrietaba por tantas dificultades e incertidumbres. Cristo nos confió a aquella que fue la primera en creer, y cuya fe no decaería jamás, que en las bodas de Caná de Galilea cooperó en la manifestación de los milagros de Dios en el mundo, y que en el Calvario mantiene su creencia en la resurrección de su hijo, conviertiéndose en fuente de esperanza.

La Madre del Redentor nos precede y continuamente nos confirma en la misión de la Iglesia. Con su ejemplo de humildad y disponibilidad a la voluntad de Dios nos ayuda en el anuncio del Evangelio. A ella confiamos nuestras necesidades, las del mundo entero, y la invocamos todos juntos.

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