El Santo Padre en Redipuglia

Ciudad del Vaticano, 13 septiembre 2014 (VIS).- En el centenario del estallido de la Primera Guerra Mundial, Francisco I ha realizado una visita pastoral a Redipuglia, en la provincia italiana de Gorizia, salió en helicóptero a las 8 h. y aterrizó en el aeropuerto de Ronchi poco antes de las 9 h. Desde allí se desplazó en coche al cementerio austro-húngaro de Fogliano donde reposan los restos de caídos en la conflagración.

Finalizada la visita se dirigió al monumento dedicado a la memoria de más de cien mil soldados italianos muertos durante la contienda, junto al monte Sei Busi, cuya construcción comenzó en 1933, fue proyectado por el arquitecto Giovanni Greppi y el escultor Giannino Castiglioni, y se inauguró en 1938.

En este lugar, se ha celebrado la misa, en cuya homilía el Papa volvió a denunciar la locura de la guerra, alimentada por los planificadores del terror, sedientos de dinero. Y esta fuerte advertencia frente al símbolo de la inútil masacre que marcó trágicamente el inicio del siglo XX, se ha unido a la oración por las víctimas de todas las guerras, recordando que los conflictos bélicos tienen como único objetivo la destrucción.

Detrás de cada decisión militar, insistió, está la avaricia, intolerancia y ambición. Pero sobre todo la indiferencia hacia el otro, resumida en la respuesta de Caín a Dios que cuando le pide cuentas de la suerte de su hermano Abel, le responde : «¿A mí qué me importa?». Esto es, constató, el lema de las guerras, millones de vidas truncadas y destrozadas, porque la humanidad no importa.

Una respuesta que incluso hoy continúa resonando detrás de los conflictos y violencias que laceran numerosas regiones del mundo con sus crímenes y masacres. ¿Cómo es posible esto? se preguntó el sumo pontífice. Los intereses, estrategias geopolíticas, codicia y poder priman sobre el ser humano, porque los fabricantes de armas, ven en cada choque armado una ocasión para aumentar sus beneficios, son especuladores de la guerra que corrompen el alma humana, y con ello, lo pierden todo. De aquí su nuevo llamamiento a la conversión, que debe conducir de la indiferencia al arrepentimiento, por los actos atroces cometidos.

Finalizada la eucaristía, y tras recibir el saludo de las autoridades, el Obispo de Roma entregó a los presentes una lámpara de aceite procedente del convento de Asís que encenderán en sus diócesis respectivas durante las celebraciones de la conmemoración. Después, se despidió de todos y regresó a Roma.

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