En el silencio de la Cruz calla el fragor de las armas

Jornada de ayuno y oración por la paz en Siria, Oriente Medio y el mundo entero. Plaza de San Pedro del Vaticano, 7 de septiembre 2013(RV).- Al caer la tarde del sábado una Plaza de San Pedro repleta de fieles y peregrinos reunida en torno a Su Santidad Francisco I alzó su súplica por la paz en Siria, Oriente Medio y el mundo entero, en la jornada de oración y ayuno por él convocada.

Homilía del Santo Padre.

El relato bíblico de los orígenes del mundo y de la humanidad nos habla de que Dios ve que todo lo creado era bueno (Gn 1,12.18.21.25).

1. Nos dice simplemente que nuestro mundo, un lugar en el que todos pueden encontrar su puesto, forman un conjunto, pero sobre todo los seres humanos, hechos a imagen y semejanza de Dios, son una familia, en la que las relaciones están marcadas por la fraternidad, fidelidad y bondad, que se refleja en todas las relaciones humanas y confiere armonía a toda la creación, un mundo en el que todos se sienten responsables.

Esta noche, en la reflexión, con el ayuno y oración, cada uno pensemos en lo más profundo que queremos dentro de nosotros mismos, en la relación con los demás, las familias, ciudades y naciones. Y la verdadera libertad para elegir el camino a seguir ¿no es precisamente aquella que está orientada al bien de todos?

2. Pero preguntémonos ahora : ¿Es ése el mundo en el que vivimos? La creación sigue siendo una obra buena, pero también hay “violencia, división, rivalidad, guerra”. Esto se produce cuando el hombre pierde de vista su horizonte y se cierra en el propio egoísmo, cuando piensa sólo en sí mismo, sus propios intereses, se deja fascinar por los ídolos del dominio y el poder, se pone en el lugar de Dios, altera y arruina todas las relaciones, abre la puerta a la violencia e indiferencia.

Eso es exactamente lo que quiere hacernos comprender el pasaje del Génesis en el que se narra el pecado del ser humano (Gn 3,10) que llega incluso a levantar la mano contra el hermano para matarlo, donde hay rivalidad y miedo. Precisamente en medio de este caos, Dios pregunta : «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Y Caín responde: «No sé, ¿soy yo su guardián?» (Gn 4,9). Esta pregunta se dirige también a nosotros porque ser persona significa cuidar unos de los otros. Sin embargo, si a quien deberíamos proteger se le convierte en el adversario a combatir y suprimir, se generan conflictos y guerras que han jalonado nuestra historia. Basta ver el sufrimiento, no se trata de algo coyuntural, sino que en cada agresión se hace renacer a Caín. Y también hoy esta actitud va a más porque se han perfeccionado las armas, la conciencia se ha adormecido, y se han hecho más sutiles las razones para justificarse, como si ya fuese algo normal sembrar destrucción.

3. En estas circunstancias, me pregunto : ¿Es posible seguir otro camino? ¿Podemos salir de esta espiral de dolor y muerte? ¿Podemos aprender de nuevo a caminar por las sendas de la paz? Invocando la ayuda de Dios, bajo la mirada materna de la Salus populi romani, Reina de la paz, quiero responder que sí. Esta noche me gustaría que desde todas las partes de la tierra fuese posible para todos. Mi fe cristiana me lleva a mirar a la Cruz. Allí se puede leer la respuesta. En su silencio calla el fragor de las armas y habla el lenguaje de la reconciliación.

Quisiera pedir al Señor, que nosotros cristianos, los hermanos de otras religiones, todos los hombres y mujeres de buena voluntad gritasen con fuerza : ¡La violencia y la guerra nunca son camino para la paz! Que cada uno mire dentro de su propia conciencia y salga de sus intereses, supere la indiferencia que atrofia y hace insensible su corazón, venza sus razones de muerte y se abra al diálogo. Mira a tu hermano y no añadas más dolor, detén tu mano, reconstruye la armonía que se ha perdido, no con la confrontación sino el encuentro.

¡Que se acabe el sonido de las armas! La guerra significa siempre el fracaso de la paz, una derrota para la humanidad. Resuenen una vez más las palabras de Pablo VI : «¡Nunca más la guerra!» (Discurso a las Naciones Unidas, 4 octubre 1965 : AAS 57 [1965], 881). «La Paz se afianza no separada de los deberes de la justicia, sino alimentada por el propio sacrificio, la clemencia, misericordia y caridad» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1976 : AAS 67 [1975], 671).

Hermanos y hermanas : perdón, diálogo y reconciliación son las palabras de la paz en la nación siria, Oriente Medio y todo el mundo. Recemos esta tarde, contribuyamos y convirtámonos todos, en cualquier lugar donde nos encontremos, en hombres y mujeres de paz. Amén.

“Orad por la paz”.

La plaza de San Pedro se ha llenado de gente para que “se eleve fuerte en toda la tierra el grito de la paz” y manifestar este deseo que une a personas de razas, culturas y religiones distintas.

Mientras los responsables de las naciones parecen indiferentes y continúan desertando del empeño irrenunciable al diálogo sobre cuestiones de vital importancia. La cumbre del G-20 recién concluida en San Petersburgo ha confirmado, en efecto, las divisiones de la comunidad internacional sobre la crisis siria y la intervención armada que el presidente estadounidense Barack Obama parece tener intención de ordenar y que muchos, empezando por Rusia, en ausencia de una autorización del Consejo de seguridad de las Naciones Unidas considerarían una agresión.

Frente a la imagen ofrecida por quien gobierna, existe en cambio la de un pueblo que esta tarde del 7 de septiembre desde las 19 h. ha estado física y espiritualmente reunido en oraciones y testimonios, reflexión y silencio, para invocar el don de la paz. A ellos se ha unido también en comunión de espíritu el Papa emérito Benedicto XVI.

(RC – RV)

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