(RV).- Hacia las 16 h. de la tarde se produjo el encuentro del Sucesor de Pedro con el mundo de la cultura en la sede de la Facultad teológica regional de Cagliari, gestionada por los sacerdotes jesuitas, y Francisco I ofreció algunas sugerencias. Entre las cuales, trató de encontrar caminos de esperanza y abrir horizontes nuevos a nuestra sociedad, siendo la Universidad como lugar de formación, donde se produce este punto de encuentro, en un esfuerzo en el que la fe puede dar su propia contribución, sin reducir el espacio de la razón.
Texto del discurso del Papa.
Queridos amigos : ¡Buenas tardes!
Dirijo a todos mi cordial saludo, agradezco al Decano y Rectores sus palabras de acogida, deseándoles todo género de bien para el trabajo en sus instituciones, animo a la Pontificia Facultad Teológica, que nos hospeda, en particular a los Padres Jesuitas, que desarrollan con generosidad su servicio, y al Cuerpo Académico, la preparación de los candidatos al sacerdocio que permanece como un objetivo primario, también la formación de los laicos que es muy importante.
Les ofrezco algunas reflexiones que parten de mi experiencia de pastor de la Iglesia, y por esto me dejo guiar por el Evangelio, haciendo una lectura del pasaje de los discípulos de Emaús después de que Jesús fuera crucificado, al irse de Jerusalén y regresar a su pueblo.
Estos dos discípulos llevan en su corazón el sufrimiento y la desorientación por la muerte de Cristo, están decepcionados por como terminó su maestro. Un sentimiento similar lo encontramos también en la actualidad por la desilusión que causa la crítica situación económica y financiera, pero también ecológica, educativa, moral y humana en general, que se refiere al presente y futuro histórico de la existencia del ser humano en nuestra civilización occidental, y que ha terminado después por interesar al mundo entero.
Cuando digo crisis, no pienso en una tragedia. Los chinos, cuando quieren escribir la palabra, lo hacen con dos carácteres : peligro y oportunidad. Éste es el sentido con el que yo la utilizo. Ciertamente, cada época de la historia lleva en sí elementos críticos, pero, al menos en los últimos cuatro siglos, no se han visto tan sacudidas las certezas fundamentales que constituyen la vida de los seres humanos como en nuestra época. Pienso en el deterioro del medio ambiente, la guerra del agua, los desequilibrios sociales, el terrible poder de las armas, el sistema económico y financiero que no tiene en el centro a la humanidad, sino al dinero. Es un cambio que concierne al mismo modo en que la civilización lleva adelante su existencia.
Frente a esta realidad, los dos discípulos de Emaús, decepcionados, se muestran resignados y tratan de escapar de la realidad. Las mismas actitudes las podemos ver también en este momento, el pesimismo hacia toda posibilidad de intervención eficaz. En cierto sentido la dinámica del actual viraje histórico, denunciando sus aspectos más negativos es la misma mentalidad semejante a aquel movimiento espiritual y teológico del siglo II d. J.C. que fue llamado “apocalíptico”.
La tentación de pensar en clave apocalíptica, concepción pesimista de la libertad humana, lleva a una especie de parálisis de la inteligencia y decepción de la voluntad, a una especie de fuga, como la de Poncio Pilato, el lavarse las manos, que parece pragmática pero que, de hecho, ignora la justicia y responsabilidad, lleva al individualismo, hipocresía, e incluso a una especie de cinismo generalizado.
En este punto pienso no sólo que hay un camino que recorrer, sino precisamente que las vivencias nos deben impulsar a buscar y encontrar vías de esperanza, que abran horizontes nuevos a nuestra sociedad. Y aquí es preciso el papel de la Universidad como lugar de elaboración y transmisión del saber, formación y educación de las personas.
La Universidad debe ser un lugar para el discernimiento, es decir, si las lecturas ideológicas o parciales no sirven, alimentan solamente el optimismo como una ilusión y el pesimismo de la desilusión, leer la realidad, sin temores, debe ser como el dolor de un parto que comporta fatiga, dificultad, sufrimiento, pero que alumbra una nueva vida.
La crisis actual no solamente está produciendo un cambio generacional sino también de época, y debemos reflexionar sobre los modelos sociales para recuperar al ser humano en todas sus dimensiones sobre la base de criterios éticos y espirituales, en referencia a los valores de la persona.
Ésta es, quizá, la propuesta del funcionalismo que entiende la Universidad con la función muy importante de formar el discernimiento para alimentar la esperanza. Cuando el viandante desconocido, que es Jesús Resucitado, se acerca a los discípulos de Emaús, tristes y desconsolados, no trata de esconder que ha sido crucificado, ni su aparente derrota, al contrario, les dice : ¿No era necesario que padeciera y entrara así en la gloria?” (Lc 24, 25-26), porque discernir significa sin prejuicios no huir de la realidad.
Otro elemento es la Universidad como lugar en el que se elabora la cultura de la inclusión. El aislamiento y la cerrazón en sí mismos o en los propios intereses jamás son la vía para volver a efectuar una renovación porque no nivela diferencias y pluralismos que es uno de los riegos de la globalización. Pero, en cambio, la confrontación constructiva, significa comprender y valorizar, como factor de crecimiento que vence a las dinámicas que regulan las relaciones entre las personas, grupos y naciones que con frecuencia llevan al desencuentro. Me refiero aún al pasaje evangélico, por el que los dos discípulos de Emaús, comparten su camino con Jesucristo, y de este modo vuelven a encontrar la esperanza a todos los niveles.
Aquí estamos en la sede de la Facultad Teológica, permítanme decirles que no tengan temor de abrirse a la trascendencia. La fe jamás reduce el espacio de la razón, sino que lo abre a una visión íntegra que no corre el riesgo de reducir al ser humano a puro materialismo.
Un último aspecto se refiere a la Universidad como lugar de formación para la solidaridad. Por tanto, si asumimos la crisis, tenemos un correcto discernimiento de la realidad y promocionamos una cultura de la inclusión, diálogo y encuentro, debemos orientar hacia la solidaridad, como elemento para la renovación de nuestras sociedades. Los discípulos de Emaús, en su encuentro con el Señor renuevan su esperanza, y reconocen a Jesucristo en la partición de los panes, signo de la eucaristía que nos hace presente al hijo de Dios al compartir su pan de vida. Y con esto nos dice a todos, incluso a quien no cree, que es precisamente en la vivencia de la solidaridad, donde las relaciones pasan de considerar a los seres humanos como números al margen de una anotación contable, a tenerlo como una persona con pleno derecho.
No hay futuro para ningún país, si no sabemos ser todos más solidarios, como modo de construir la historia en un ámbito vital en el que los conflictos, tensiones, y oposiciones alcancen una armonía que genera vida, abrámonos a la intuición de los jóvenes para cambiar la sociedad.
Antes de concluir, permítanme subrayar que a nosotros los cristianos la misma fe nos da una esperanza sólida que impulsa a discernir la realidad, a vivir la cercanía y solidaridad, especialmente con los más pobres y necesitados, porque Dios mismo ha entrado en nuestra historia, haciéndose humano como nosotros, abriéndonos un horizonte infinito.
Gracias por este encuentro y su atención, que la esperanza ilumine siempre su estudio y empeño con coraje. Que el Señor los bendiga.
(María Fernanda Bernasconi – RV)
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