Misa en la festividad de San Ignacio de Loyola

Ciudad del Vaticano, 31 julio 2013 (VIS).- En la festividad de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, orden a la que el Papa pertenece, ha celebrado esta mañana, la Santa Misa con los jesuitas en la Iglesia romana del Gesú, donde se conservan las reliquias del santo.

Se ha tratado de una eucaristía privada – como la que celebra diariamente en la Casa de Santa Marta – y a la que han asistido sólo los sacerdotes de la Compañía y colaboradores. Sin embargo, el Santo Padre ha sido recibido por cientos de personas que querían saludarle y han esperado hasta el final de la celebración para poder hacerlo. Han concelebrado con el pontífice monseñor Luis Ladaria, Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Padre general de la Compañía de Jesús, Adolfo Nicolás, miembros del Consejo y más de doscientos jesuitas. En su homilía, el Sucesor de Pedro propuso una reflexión, poner en el centro a Cristo y la Iglesia para servir y ser humildes ante Él.

El lema de los jesuítas, “Iesus Hominum Salvator” nos recuerda constantemente una realidad que no debemos olvidar nunca : la centralidad de Cristo para cada uno de nosotros y toda la Compañía que San Ignacio quiso que se llamase “de Jesús” para indicar el punto de referencia en nuestra vida, radicados y fundados en la Iglesia, con esta pertenencia que nos da valor para ir hacia adelante.

El camino es Jesús a quien sirvo porque Él me ha buscado en primer lugar, para ofrecerle nuestra persona y fatiga,  imitarlo en el soportar incluso injurias, desprecio y pobreza.

Asimismo, Francisco I recordó las palabras del Señor en el Evangelio : “quien quiera salvar la propia vida la perderá, pero quien pierda su vida por mi, la salvará” y la invitación que hace es la de no avergonzarse, sino de seguirle con dedicación, fiándose y confiando en Él.

Como San Ignacio nos enseña, sobre todo mirando a Cristo crucificado, sentimos la virtud de la humildad, que nos hace conscientes todos los días de que es siempre la gracia del Señor que obra en nosotros quien construye el Reino de Dios, y lleva a ponernos no al servicio personal de nuestras ideas, sino de Dios, como vasijas de barro, frágiles, inadecuadas, insuficientes, pero con un inmenso tesoro que llevamos y comunicamos.

El Obispo de Roma ha confesado en el atardecer de su existencia, que cuando un jesuita termina su vida, le vienen a la mente dos imágenes :  la de san Francisco Javier, mirando a China; y la del P. Arrupe, en su última conversación en un campo de refugiados.

Al finalizar, ha animado a los presentes a pedir a María que nos haga humildes y acompañe nuestro camino la intercesión del fundador de Loyola y todos los santos jesuitas : “ad maiorem Dei gloriam”.

Después de la Misa rezó ante el altar de la capilla de San Ignacio y San Francisco Javier, también de la Virgen de la Calle y ante la tumba del Padre Pedro Arrupe.

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